sábado. 27.04.2024

Del 2024 solo sabemos que ya vivimos en 2024

¿Por qué se dice año nuevo, vida nueva, cuando siempre estamos inmersos en conflictos como son las guerras actuales? Lo que debería ser realmente cada año nuevo es borrón y cuenta nueva. Es decir, cambiar de verdad. Ya no somos los mismos ni para mantener vivos los deseos de siempre. Como la paz duradera. Como el trabajo para todos. Como gozar de buena salud porque contamos con un buen sistema que nos la proporciona. O no admitir esta nueva sociedad que se denomina tecnológica, cuando lo cierto es que ha sustituido el trato de persona a persona por móviles y ordenadores que son los que dirigen nuestras vidas

Como el anuncio de la Lotería de Navidad, o el de Campofrío, o mismamente el Día de los Inocentes, que ya no son lo que eran, con el cambio de año, estamos a un tris de comprobar si aún perviven los tradicionales deseos de paz, salud, trabajo y amor, de cara al 2024. Lo de soñar toma muy distintos caminos, según sea la persona que lleva sus pensamientos a poseer esto o lo otro. También tiene que ver mucho con la edad, lo reconozco. Tal es así que como fortuna se puede definir amasar mucho dinero, pero también a gozar de salud, de amor, tener un trabajo fijo o inquietudes, que siempre te abran las puertas de nuevas etapas por vivir y en las que mejorar.  

Las generaciones también son claves en los deseos. Aquellos que correspondían a las sociedades de los años 80 o 90 del siglo XX, o en lo que estamos a partir del 2000, en que empezamos a movernos por Europa con una misma moneda llamada euro. La verdad es que, desde el Covid, y la ruptura abrupta de dos años consecutivos de una pandemia mundial, la humanidad ha perdido ritmo en lo que venían siendo pretensiones coordinadas. El poder asegura que todo ha vuelto a la normalidad, pero los hechos demuestran lo contrario.

Hace unos días tuve ocasión de comentar en la radio que, en adelante, mismamente desde este año recién estrenado, la humanidad debería recuperar eso, humanidad. Maticé que cuando no existe, sucede lo de hoy: guerras, confrontación política permanente, ausencia de compromiso y crítica social, intelectuales que no opinan, médicos que no cuentan públicamente como está verdaderamente lo de la salud, científicos que no son escuchados acerca de los problemas del planeta, escuelas que no enseñan como es debido, y añoranza, al menos yo la tengo, de una cultura general, que es lo que verdaderamente enriquece a los pueblos y las personas que los habitan.

“La humanidad ha perdido ritmo en pretensiones. El poder asegura que todo ha vuelto la normalidad, pero los hechos demuestran lo contrario”

Ni las pitonisas, tan solicitadas para conocer el futuro, se atreverían a decir ahora lo que va a deparar el 2024. Sabemos, por la historia, lo que fueron los grandes acontecimientos de 1924. Se aprobó por ejemplo la Declaración de Ginebra sobre Derechos del Niño. También nace la Metro-Goldwyn-Mayer. Se publica El Proceso, la primera de las grandes novelas de Frank Kafka. Ocurrieron muchas más cosas, buenas y malas, como corresponde. Porque en 1924 Alemania ya inquietaba ante una figura que irrumpió en la historia del mundo para intentar destruirlo: Adolf Hitler.

El odio es inherente al avance de nuestra civilización. Yo mismo lo ejerzo. Odio las guerras. Si tuviera que pedir un deseo preferente para este 2024 es que termine la Guerra de Ucrania y Putin sea juzgado por crímenes contra la humanidad, y que también concluya la Guerra entre Israel y Palestina, y se diluciden igualmente actuaciones penales internacionales contra quien corresponda. Me resulta repugnante que cada inicio de un nuevo año se disfrace de progreso y, sobre todo, avance tecnológico, y que se obvie que pasan los años y siempre estamos metidos en conflictos bélicos, rearmes desproporcionados como sucede hoy, España incluida, y no se diga la verdad sobre los intereses de unos y de otros que hay detrás de toda guerra.

Mientras tanto nos entretienen y fuerzan cambios drásticos como la Inteligencia Artificial, sin consultar con nadie ni preguntar lo que pensamos sobre que pronto convivamos con toda naturalidad con robots. Otro deseo para este nuevo año es que las personas contemos de verdad y dejemos de ser números en todo lo referido a una era digital que es excluyente más que necesaria. En este año reforzaré mi activismo en contra de toda tecnología que no tiene en cuenta a las personas, en especial a los mayores, como hace la banca, las compañías energéticas, también las aseguradoras o las operadoras de telefonía. Hay que empezar a dar los nombres de las empresas que lo hacen peor en este sentido, aunque llevamos camino de que pocas se salven de trabajar y relacionarse como es debido con sus clientes.

Ya que cito los teléfonos, me gustaría que 2024 fuera el año del gran compromiso en cuanto a la prohibición, si, prohibición, del móvil dentro de los ambientes educativos, universitarios, culturales y artísticos. No será fácil llegar a esta decisión, porque además de estar de por medio los intereses económicos de las grandes teleoperadoras, el móvil es el instrumento más perfecto creado en cuanto a controlarnos y vigilarnos en todo lo que hacemos. Llamar a esto una sociedad avanzada, cuanto menos, es insultante. También lo es que nos aseguren que vamos bien (aquí, 2,6 millones de niños pobres de solemnidad), que todo marcha como es debido, que la economía está reforzada y el trabajo asegurado. Pero no hay que rendirse a cambiar las cosas a mejor, y esperar que todos seamos lo suficientemente inteligentes para mantener nuestro mundo en pie.

“Nuestros jóvenes no tienen suficiente convencimiento de los males que tiene el planeta, solo vivir bien, sin preocuparse. Este no debe ser el 2024”

No sería justo dejar la actualidad así. La Tierra necesita de nuestra atención y compromiso. No lo hay, empezando por los Gobiernos, y su manipulación constante sobre que se están tomando las medidas necesarias para parar el calentamiento global, reduciendo la utilización de los combustibles fósiles, principalmente el carbón, petróleo y gas. He vivido muchas Navidades y finales de años escuchando, y también creyendo, en la obligación de dejar un mundo mejor para los que vienen detrás, las denominadas nuevas generaciones. Desgraciadamente, nuestros jóvenes no tienen el suficiente convencimiento de los males que tiene el planeta y la necesidad de pararlos en seco. Solo vivir bien, sin preocuparse por más. Y no, este no debe ser el 2024 que necesitamos.

Del 2024 solo sabemos que ya vivimos en 2024
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