sábado. 27.04.2024

Crisis de autoridad y usurpadores de libertades y derechos

Nadie diría que, con los excesos del poder, la sociedad actual está instalada en una crisis de autoridad, de la que se derivan no pocos problemas sociales, la mayoría relacionados con nuestros jóvenes. Ya no existen profesiones de referencia, porque lo mismo se agrede a un médico, a un profesor, que a los propios padres o abuelos. Sin generalizar, familia y educación están hoy descolocadas, y quizás interesa que sea así. Mientras muchos ni sientan ni padezcan, otros ejecutan aberraciones, que lo mismo afectan a la libertad de pensamiento, de expresión, derechos y libertades, hasta llegar a amordazar a la mismísima justicia, en horas tan bajas.

La economía de las familias por el alto precio de subsistir no es lo único que está en crisis en España. Hay también lo que se denomina crisis de autoridad. Con los datos que les voy a dar a continuación, se comprende a la primera lo que significa el concepto. Solo en el pasado año la Fiscalía de Menores abrió 4.470 causas por agresiones de hijos a sus padres. Hubo 843 denuncias de sanitarios golpeados por pacientes. Y aumentó en un 21,4% semejante comportamiento hacia profesores. Todo esto no sale en los múltiples y simplistas anuncios que el Gobierno emite por televisión, pagados con los fondos europeos de la recuperación tras el Covid. 

Es como si el ejemplo, darlo, se hubiera desvanecido. Antes, actuar de forma digna o merecedora de ser imitada, era cuestión de colegios, familias e instituciones, cuya simple visión de la sede que las alberga generaba un respeto casi reverencial. Hoy manda el móvil, Internet, las redes sociales y los influencers. Agoniza también la cultura del trabajo y del esfuerzo, y los Estados bien poco hacen para contrarrestarlo porque utilizan parte importante de sus presupuestos en subvencionarlo todo, asegurándose así el voto futuro. Pero el daño es irreparable, porque anula muchos matices generadores de sociedad cívica, como compromiso, implicación, participación, asociacionismo, reivindicación, lucha o creatividad a pie de calle. 

“Quieren que valores y ética sean pasado, imponiendo leyes y sistemas educativos que generan más bullying que matrículas de honor” 

La vida digitalizada a la que se incorpora ahora la inteligencia artificial son grandes camelos que han venido a empeorar nuestra forma de vida. Sin humanismo, diálogo, conversación, debate, formas y consenso, peligra lo más importante: la democracia. La Sociedad del Conocimiento era una cosa, pero con esta sociedad de enfrentamiento, bloques, noticias falsas, manipulación y medios descomprometidos con investigar (para que imperen honestidad y justicia), no vamos a ninguna parte. Todo está ideologizado, y la mala gobernanza no encuentra la merecida y justa crítica, cuando solo importa el poder por el poder. Algunos quieren que valores y ética sean cuestiones del pasado, y no educar en estos fundamentos desde bien pequeños, imponiendo leyes y sistemas educativos que generan más bullying que matrículas de honor. 

La mayor prueba de la acomodación a la crisis de autoridad empieza en el seno familiar, con la relación entre padres e hijos y las cada vez más dejaciones de los primeros hacia los segundos. El contagio es casi general porque ya se asume como normal la falta de obediencia y, a más, la violencia que se ejerce con compañeros de pupitre, maestros o médicos. Los mayores tampoco escapan al desprecio y al olvido. Sociedades así no tienen ningún futuro, porque la realidad es que tras la puerta de tanta farsa y mentira solo encontraremos un mundo en el que subsistirán los fuertes, con recursos, mientras la pobreza e incluso el hambre serán la cotidianidad. 

En la permisividad, España es campeona. Está enrocada en no solucionar los problemas, dejar que se enquisten, e incluso empeorarlos, con decisiones de sonrojo, como amnistías, que dan un vuelco total a la independencia y equidad de la justicia. Por eso está también en cuestión la usurpación de derechos y libertades, con la máxima preocupación que existe sobre la libertad de pensar y de opinar, siempre y cuando se haga con respeto. A quien discrepa, se le lincha públicamente, se le aparta o se retira su nombre de un estadio de fútbol por el solo hecho de opinar sobre el fútbol femenino. 

No queda tiempo para arrepentirse de tanta actuación anómala, porque la juventud debe beber de las fuentes de buenas decisiones, el buen gobierno, la justicia igualitaria, los medios plurales, trabajo, superación y esfuerzo, y luchar siempre con aspiraciones, para ir a más y mejores, como antes hicieron abuelos y padres. Claro que la gran diferencia con ese antes es que no existía el boom tecnológico introducido en todas las facetas de nuestra vida. Por la calle vamos hablando, a solas, o mirando el móvil, sin pararse a saludar o charlar con algún conocido que te encuentres. Libros y periódicos son parte del pasado, como las pirámides de Egipto. Si no leemos, si no creemos en la veracidad de las noticias, ¿qué nos queda? Nuevamente aparece el móvil. El último modelo del mercado es el producto más anhelado, por jóvenes y mayores. De un niño de poca edad, con un teléfono inteligente ya en sus manos, poco podremos esperar en pocos años. Los padres no lo hacemos bien, creemos que sí, pero es que no. Queremos ser guais ante nuestros hijos, que sean nuestros amigos, y que nos vean muy abiertos a las ideas. Todo esto está muy bien, pero con tan poca rigurosidad somos participes de su mala educación y de sus inadecuadas conductas, que cuando aparecen tanto nos extraña. Y es que justificamos lo que sea. De esta y otras situaciones parecidas el poder se aprovecha al tener en frente una sociedad abúlica, indiferente, adormecida y domesticada. Lo mismo les da que se rebajen delitos para favorecer a ricos y poderosos, que se apruebe una amnistía para dejar limpia la ficha penal de quienes se sublevan contra el Estado de Derecho. 

“Nada va bien, aunque la mayoría tenemos en el pensamiento, tras el Covid, vivir lo mejor posible, con el menor esfuerzo, y sin penalidades”

Nada va bien en estos tiempos, aunque la mayoría tenemos instalado en el pensamiento, tras el sufrimiento del Covid, vivir lo mejor posible, con el menor esfuerzo, y sin penalidades. Es otra de las nuevas ilusiones surgidas al amparo de una falsa recuperación y unos mal utilizados fondos europeos, que no se dedican precisamente a fortalecer la empresa y la productividad del país. Con tanto dinero es mejor hacer muchos anuncios, aunque estén tan vacíos de contenido, porque relatan lo obvio. No encuentro mejor forma de acabar este artículo que con un pensamiento de Eduardo Galeano: “Libres son quienes crean, no quienes copian, y libres son quienes piensan, no quienes obedecen. Enseñar, es enseñar a dudar”.
 

Crisis de autoridad y usurpadores de libertades y derechos
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