sábado. 27.04.2024

Houston, nuestros olvidados agricultores, tienen un problema

Hay nuevos conceptos surgidos dentro de la producción agrícola y ganadera como sostenibilidad y “medioambientalismo”, que chocan con otros clásicos como rentabilidad y futuro o abandono de las explotaciones. En Europa, el campo se ha levantado. Como quiera que las ciudades, a bien poco le dan importancia, y tampoco alteran los tractores ocupando sus calles, el problema irá a más. No puede haber mejor escenario de prueba, y a la vuelta de la esquina, que las elecciones europeas. Veremos lo que ocurre con lo que empezó en Países Bajos, y la influencia decisiva en el poder del Movimiento Campesino.

Con alguien profundamente conocedor de las cuestiones del campo, porque lo vive, y como tienen de inseguro el porvenir, has de buscar precisión en el análisis público que hagas de su situación, incluso aunque se dé la circunstancia de que el ayer fue más próspero, y también el antaño conllevaba que se diera más valor al duro trabajo que muchas familias llevan a cabo en las explotaciones agrarias.

El caso, y ellos lo sufren en mayor presión, es que este modelo social actual muestra indiferencia hacia casi todo, y tan inexcusable postura hace más mella si cabe en la desprotección que sienten los habitantes de las zonas rurales, agrícolas y ganaderas. Lo de “Houston, tenemos un problema” es la frase que transmitió el astronauta Jack Swigert en la misión a la luna del Apolo XIII. La rememoro porque Bruselas, Paris o Madrid, la UE vaya, no logran estar a la altura para resolver los problemas de parte tan importante de ciudadanos, de ahí el irónico titular de “¡Houston, nuestros olvidados agricultores tienen un problema!”, porque aquí, la Comisión Europea, presidida por la indolente Ursula von der Leyen, se aprecia paralizada en este grave asunto.

Veamos. En los inicios de la Unión Europea, cuando se llamaba Comunidad Económica Europea, los dirigentes de Bruselas daban sensación de mayor implicación, respecto a las inquietudes de nuestros agricultores y ganaderos. Quizás sea porque en 1962 nacía la Política Agrícola Común, la PAC. En esencia, consistía en subvencionar la producción, para asegurar ganancias a los productores, sin que el consumidor notase precios elevados, como sucede ahora. Por las grandes diferencias que se dan, la ley de precios está en cuestión, especialmente en lo que respeta a beneficio pequeño de productores y alto de distribuidores.

Este modelo social muestra indiferencia, y tan inexcusable postura hace mella en la desprotección que sienten las zonas agrícolas y ganaderas

Con el tiempo llegaría la globalización (integración de las economías), sucesivas reformas de la PAC, con menos subvenciones, mayores exigencias y papeleo, junto a la imposición de unos requisitos medioambientales y de calidad que ya no conectan bien con la rentabilidad de producir determinados cultivos. Y en esto llegó el siglo XXI. Se empieza a notar un enfriamiento en las relaciones y también compresión por parte de los Gobiernos hacia lo que es y hace el campo. Dos conceptos se cruzan entre las partes. Uno es la excesiva burocracia, y, el otro, el Pacto Verde. A partir de aquí, resulta peregrino el interés gubernamental por contrarrestar el despoblamiento de los pueblos. Todo es una gran contradicción: se pretende dar vida al campo sin interesarse como es debido por el campo.

Unos dirán que será causa de malas decisiones políticas, y otros por la fea situación económica en ciernes, pero lo cierto es que, a corto plazo, el futuro dentro de Europa va a estar influido por el descontento de las zonas rurales. Es el campo el que facilita la comida a las urbes, pero estas y sus ciudadanos no valoramos suficientemente el trabajo, el esfuerzo, y los problemas actuales de los protagonistas que hacen posible que pongamos un plato en la mesa. 

Hay elecciones europeas en junio, y es previsible que las reivindicaciones de estos trabajadores vayan a estar muy presentes, incluso puedan influir decisivamente en el voto, ya que empiezan a agruparse en formaciones políticas. Ha ocurrido en Países Bajos, con el Movimiento Campesino-Ciudadano, y el temor al contagio crece en Francia, que empuja como nadie a la vuelta al proteccionismo de los productos europeos frente a otros de Mercosur o norte de África. Los afectados españoles se han sumado a esta liga del campo descontento, pese a la insistencia oficial y mediática por minimizar la protesta agrícola. El caso es trasladar a la opinión pública el falso mensaje de que no pasa nada. En la España actual todo consiste en esto.

Pero pasemos a exponer los principales problemas con los que se encuentran hoy agricultores y ganaderos dentro de la Unión.  Son variados, lo que hace que la situación sea verdaderamente compleja. Van desde la sequía, las normativas medioambientales, la lentitud en tramitaciones, percepción tardía de ayudas, la competencia desleal (como le ocurre a España con Marruecos), y la desigualdad en la cadena de valor, que no es otra cosa que los bajos precios que se pagan por su esfuerzo, y el valor tal alto de las frutas, hortalizas, carnes o leche, cuando llegan finalmente al consumidor. Demasiados inconvenientes que pueden resumirse en uno: tienen serios problemas para ganarse la vida, incluyendo por supuesto el gran incremento de precios que sufren en materias primas que utilizan en sus producciones, además de la subida insoportable de la factura energética. Igualmente, demasiados quebraderos de cabeza, porque queda todo lo relacionado con el Pacto Verde o “medioambientalismo”. Esto último ya se ha convertido en una barrera insalvable entre Bruselas y los trabajadores del campo. La propia UE estima que la industria y los servicios relacionados con la agricultura representan más de 44 millones de puestos de trabajo.

El malestar no se irá. Lo veremos con los miles de tractores que volverán a repetir protestas agrícolas, antes y después de las elecciones europeas

Hemos hablado de pasado, presente, PAC, producción, rentabilidad, igualdad de condiciones y calidad con exportaciones de terceros países, restricciones, crisis, energías, pero es hora de abordar el gran debate que supone la nueva legislación climática europea. A los trabajadores del campo ya no se les pide cantidad, sino calidad. Producir todo de forma sostenible. En la práctica, supone que les aumentan gastos, mayor burocracia y control, incluida la prohibición en uso de productos químicos, tratamiento de residuos, todo en aras de una transición ecológica, que no se exige a otros países que venden sus productos en Europa, lo cual, pienso, no es aceptable.  Evidentemente, todo esto dispara los costes, dentro de una nueva PAC que impulsa los Ecorregímenes o pagos directos a los agricultores que acepten las medidas medioambientales. La música suena bien en las urbes, mayormente despreocupadas del cambio climático (¡que se encarguen otros!). Pero al campo no le dan opciones. Son sencillamente imposiciones que generan desprotecciones y consiguiente falta de rentabilidad. De todo lo expuesto, algo me queda absolutamente claro: aquí lo que hace falta es hablar y entenderse, proteger a los nuestros, porque, desde luego, la solución no está en Houston. El malestar no se irá. Lo veremos con los miles de tractores que volverán a repetir protestas agrícolas, antes y después de las elecciones europeas 2024.

 

 

Houston, nuestros olvidados agricultores, tienen un problema
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