sábado. 27.04.2024

Las noticias son malas, pero no informarse es mucho peor

“Ya no veo la tele, ni leo periódicos, ni oigo noticias”. Cada vez lo escucho con mayor frecuencia. Por supuesto, lo combato porque no hay peor sociedad que la desinformada. Todo poder se muestra encantado cuando sucede. La desmovilización tiene mucho que ver también con ello. Información no es solamente enterarte de lo que pasa. Bien contada, crea sociedades comprometidas, justas y plurales. Manipulada, genera el desencanto en que vivimos tras el Covid y la Guerra de Ucrania. Sumemos ahora Israel y Palestina. Leer y ver lo que sucede a nuestro alrededor, ¡he ahí la cuestión! Demasiados, se inhiben. Hacen mal.

Cómo leer a diario la prensa y no caer en el desánimo es una pregunta de difícil análisis hasta para quienes acaban de ser galardonados este año con el Premio Nóbel. Debemos de tener muy en cuenta que no a todos les interesa y preocupa una misma actualidad. Unos están muy mosqueados con la posibilidad de que el Gobierno conceda una amnistía a los condenados por el Procés en Cataluña, mientras a otros les preocupa si es verdad que Cristiano Ronaldo pueda o no recibir 99 latigazos en Irán, por motivos de adulterio. En mi caso, lo que más me aterra de lo que está sucediendo en España es todo lo relacionado con la libertad de pensamiento, opinión y expresión, y el claro retroceso, por no decir directamente censura, que estamos padeciendo, por increíble que parezca en una de las democracias más avanzadas del mundo. Ya no es así, en el sentido de ni tanta democracia, ni mucho menos avanzada.

Siempre me digo que de los dos a tres artículos que vengo a escribir a la semana para diferentes medios, nunca tengo tiempo de dudar sobre el nuevo tema a abordar, ni tampoco aburrirme porque la actualidad sea tediosa, y no merezca siquiera ser destacada en un texto de opinión. Para bien y últimamente para mal, España es noticia permanente. En los últimos años, y muchos más tras el Covid, nos hemos acostumbrado a coquetear con el disparate, hasta darle la falsa apariencia de normalidad. Como eso de que el dinero público no es de nadie Como lo otro de rebajar los delitos de sedición y malversación, por los cuales el Estado es menos Estado y el dinero que sale de los impuestos de los ciudadanos tiene menos control y transparencia, además de que las penas por usurpación de lo que es ajeno no son precisamente un ejemplo de comportamiento para unas nuevas generaciones, ya convencidas de que vivir en este país al margen de la honradez no acarrea un temor digno de quitarte el sueño.

Todo esto y más se dilucida diariamente en los medios, unos a favor del mensaje gubernamental y otros en contra, aunque lo que está en juego no es lo de cabeceras favorables a una política e intereses concretos. Lo que importa de verdad es que se ha logrado poner en duda lo racional, lo lógico, lo sensato, los hechos, la verdad, hasta llegar a convencer en muchos momentos que lo blanco es negro y viceversa.

Lo que está en juego no es cabeceras favorables a una política e intereses concretos. Se ha logrado poner en duda lo lógico y sensato, la verdad

Borrarse de ver la televisión, en especial los programas informativos, también con tertulianos, y lo mismo con los digitales y los pocos periódicos que quedan en papel, desde luego no es la solución. La desinformación siempre ha sido el arma principal utilizada por los Gobiernos cuestionados en sus actitudes poco democráticas o, directamente, autoritarias. Y esta postura cunde en la sociedad española, ya que no es extraño escuchar en boca de alguien que ya no ve la tele ni lee noticias, porque les agobia y crea mucha desazón.  Resulta increíble que un Gobierno no sepa ver esto y, de facto, lo genere. Cuando sucede así es porque hay una razón clara: se está en la confrontación.

Actualmente hay un debate creciente sobre lo adormecida que está la sociedad, y la poca o nula capacidad de respuesta que muestra ante ciertos temas, que pudieran parecer decisivos, pero no lo son a tenor de una movilización cero. Como estamos hablando de la actitud ciudadana ante lo que plantean a diario los medios de comunicación, si creo que hay un asunto trascendental que más temprano que tarde va a terminar explosionando. Me refiero a la libertad de expresión. Puede parecer un asunto estrechamente vinculado a los periodistas y su trabajo, pero va mucho más allá. La mayoría de los países cuentan con una historia plagada de episodios, luchas y desgracias relacionadas con alcanzar y asentar este derecho fundamental dentro de sus sistemas de gobierno y convivencia. Cualquier alteración en la plena capacidad de expresarse libremente, siempre con respeto a los demás, es motivo de conflicto.

Ahora se acumulan las polémicas en torno a la libertad de opinar y expresar ideas y valoraciones. Ha sucedido con el Gobierno y más que posible amnistía, también con las jugadoras de la selección femenina de fútbol. Los ciudadanos no saben qué pensar, pero empiezan a tener cuidados, cuando ven las arremetidas oficiales en contra de opiniones de políticos, periodistas, juristas, deportistas o empresarios. Esto no es bueno, nada bueno. La obligación de unos medios libres sería criticarlo en sus editoriales con la constancia que sea necesaria, hasta frenarlo del todo. Pero no hay autocrítica. Esto lo están apreciando lectores, telespectadores y radioyentes. Muchos de ellos deciden informarse por Internet y redes sociales, y dejar de seguir los  medios de comunicación que siempre habíamos considerado serios, veraces y profesionales.

Los ciudadanos empiezan a tener cuidados, cuando ven arremetidas oficiales en contra de opiniones de juristas, deportistas o empresarios

La profesión periodística tiene abierto un gran problema y un gran debate al respecto. Además de la credibilidad, está en juego mantener el respeto y la fidelidad de un sector importante de la población. Cito lo de sector, porque con la juventud y sus costumbres de informarse ya poco se puede hacer. Están abducidos por las redes, al igual que muchos medios que supeditan su información a las réplicas que pueda haber sobre una noticia en Twitter (ahora X), Facebook, Instagram, TikTok, etcétera.  El periodismo entró en crisis profunda cuando fue incapaz de impedir que todo aquello que se hiciera también en las redes cobrara forma de comunicar. Ya vemos hoy lo que dan de sí informaciones y polémicas generadas en las mismas. Se vuelve a repetir la historia de los bloques (partidos) y los apoyos con los que cuentan. A partir de ahí, entramos en un cruce de insultos que cuentan con un pelotón de instruidos adeptos a esta forma de actuar, que no es otra cosa que crispación. Está tan extendida, que a ella se debe principalmente el divorcio cada vez mayor entre medios y audiencias. No obstante, nuestro deber es informarnos debidamente, mejor a través de los medios especializados con profesionales formados a tal fin.

 

Las noticias son malas, pero no informarse es mucho peor
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