sábado. 27.04.2024

Propagar agobios con el coste de la vida, amnistía o Telefónica

Acabaré este articulo diciendo que parece que los españoles ya no somos merecedores de la felicidad. Se nos angustia a diario con todo tipo de noticias y feos enredos. Cuando no es el precio del aceite, es Ferrovial, y cuando no Puigdemont y, lo último, es la agresión de Arabía Saudí a la economía nacional, al querer quedarse a las bravas con Telefónica, nuestra señera multinacional. Si no nos respetamos dentro, difícilmente lo van a hacer fuera. Son tantos los reveses en los que estamos inmersos, que cabría ponerse ya serios y abandonar tanta falta de unidad, desacuerdos y posturas irreconciliables entre bloques

En la primera reunión de cualquier nuevo Gobierno, dentro de la carpeta dossier que se les prepara con los acuerdos iniciales a abordar, antes de solventar esos temas concretos, como obligación, el compromiso prioritario a adquirir debería ser el de apartarse siempre de propiciar desasosiego a la ciudadanía que se gobierna y representa. Lo digo porque si algo vive ahora intensamente el pueblo español, tan callado y dormido como está, es precisamente intranquilidad.

El desasosiego, también stress que propicia la actualidad noticiosa, surge como una nueva dolencia de esta época de fondos de recuperación llegados desde el seno de la Unión Europea, y que solo apreciamos en múltiples anuncios de televisión, que han abducido también a los medios de comunicación, y comprometido su credibilidad hasta un punto ya extremo. Cada vez son más los españoles que ya ni comen ni cenan viendo los telediarios. Lo queramos o no, porque no está tanto en nuestras manos, muchas personas acometen su quehacer diario cabreados, con inquietud, ansiedad, desazón, malestar, agobio, incomodidad o preocupación. El sistema sanitario, desbordado, lo aprecia, pero no tengo datos probatorios para para poder afirmar lo mismo del poder político.  

El panorama no engaña. Desde hace demasiado tiempo, no hay un solo día tranquilo en España, sin que surja un sobresalto político, económico, social o deportivo. Los griegos decían que la felicidad era producto de la armonía de tres cosas: de la buena intención, del bien hablar, y del bien obrar. Hoy poco o nada existe de todo esto. Ni se habla, ni hay entendimiento y cada cual va a lo suyo, con un desprecio total al bienestar general, a que la gente se sienta bien, todo lo feliz que pueda.

“Desde hace demasiado tiempo, no hay un solo día tranquilo en España, sin que surja un sobresalto político, económico, social o deportivo”

Empezando porque el coste de la vida se ha disparado de tal manera en nuestro país, que a tenor de lo que soporta la gente en el pago de los alimentos, como es el caso del aceite, pareciera que no existe cartera vacía ni dificultad en casa alguna, y que valgan lo que valgan productos de todo tipo y condición, no vamos a levantar la voz como sería menester con la auténtica realidad, mala, de la economía nacional.

Hay hechos totalmente clarificadores sobre el debilitamiento sistemático de nuestro potencial económico, que no son explicados con el suficiente coraje, porque lo que se quiere es tapar la realidad decadente y, para ello, se incurre en la manipulación pura y dura. Esta y no otra es la historia de la marcha fiscal de Ferrovial a los Países Bajos, y ahora nos encontramos con el desprecio de Arabia Saudí, donde Rubiales y Piqué llevaron la Supercopa, queriéndose hacer con Telefónica, sin haber tenido el más mínimo contacto y respeto hacia el Gobierno de España o la propia Casa Real, dentro de lo que se decía que eran magníficas relaciones entre ambas monarquías. Todo papel mojado.

Cuando no es la gasolina o la luz, son los tomates, los huevos, el aceite, elecciones en pleno verano, pactos, las lenguas o los mensajes grotescos y exigencias más disparatadas lanzados desde gobiernos autonómicos nacionalistas, que se está estudiando atender, como la amnistía en Cataluña. Desde mi punto de vista, hijo como soy de la Transición y democracia, atender algo así, una amnistía, sería colocarnos otra vez en el panorama internacional, como si en España no hubiéramos pasado nunca el Franquismo, en el que nos volverían a situar. Todos sabemos que a algunos países les pone tergiversar todo lo que hace España, pero que nosotros impulsemos nuestro propio suicidio democrático tendría unas consecuencias demoledoras para el sistema político, económico y de nación dentro del actual mundo tan convulso. 

De ninguna de las maneras se puede explicar rebajar la tensión en Cataluña o normalizar allí la convivencia y las relaciones sociales, retorciendo la ley cada vez que lo solicitan los culpables del enfrentamiento y la ruptura, que llegaron incluso al despropósito de autoproclamarse república. Primero fue rebajar los delitos de sedición y malversación, ahora una amnistía que no tiene pies ni cabeza, ni tampoco encaja en la Constitución, el referéndum, la autodeterminación, y luego será otra cosa. La manipulación con el lenguaje se ha hecho un importante hueco en España, y los medios de comunicación estamos siendo cómplices por propagar agobios entre la población sensata, que quiere vivir en paz, trabajar, prosperar, ver como sus hijos encuentran oportunidades laborales y vivir bajo su propio techo, y, no nos engañemos, nuestro país no va actualmente por este camino. Inmersos en tanto ruido atronador, en esto llega lo de Telefónica. Una agresión económica en toda regla de un país considerado antes amigo, Arabia Saudí, con el que hemos tenido unos gestos impagables, como el de llevar el deporte español allí, a sabiendas que su falta de democracia y la ausencia casi total de derechos de las mujeres, no se parece en nada ni a nuestro sistema ni a lo que aquí defendemos con tanta vehemencia, como el beso no consentido de Rubiales a una jugadora de la selección femenina de fútbol.

“Atender una amnistía sería colocarnos otra vez en el panorama internacional, como si no hubiéramos pasado nunca el Franquismo

No se puede tener varias varas de medir, porque al final pasa lo de Puigdemont o lo del asalto de la monarquía saudí, la auténtica dueña del dinero en ese país, para quedarse con nuestra empresa señera en todo el mundo, como es Telefónica. No vamos nada bien, esta es la verdad. Cada día un disparate nuevo en la vida de España y de los españoles. Nos sentimos angustiados por tanta noticia perversa y por tantos reveses. Y no hacemos nada al respecto, ni los que pueden, ni los administrados. Quizás por nuestro carácter o quizás porque el egoísmo individual no nos deja ver lo que nos espera tras semejante e inhóspito bosque de oscuridad.  Personalmente, doy gracias a ser un columnista, y expresar como terapia los sentimientos que dejo escritos. Pero es imprescindible que desde el poder se aprecie este malestar, cada desasosiego de los muchos que hay ahora entre los españoles, porque, sencillamente, no se nos deja vivir con tranquilidad. Parece que ya no somos merecedores de la felicidad.

Propagar agobios con el coste de la vida, amnistía o Telefónica
Comentarios