domingo. 05.05.2024

Y que gane el peor

La situación de Israel y Palestina no tiene nada de nuevo cuando volvemos la vista hacia la Historia. Y su desenlace final, descrito y repetido desde hace milenios, tampoco

Como bien saben los palestinos, no hay mejor verdugo que el que antes ha sido víctima. Una formativa experiencia que los nazis transmitieron a los judíos. Y que estos aplican con tanto esmero que ahora las nuevas víctimas se esfuerzan –dentro de sus limitadas posibilidades– en endosársela de rebote a sus maestros judíos en una espiral sin salida. Nada nuevo bajo el sol de nuestra especie, por otra parte.

Mientras tanto, los que nos entretenemos observando  la carnicería podemos echarnos las manos a la cabeza como si el asunto nos quitase el sueño. Y con el culito bien seguro jugamos a investirnos  con la honorable toga de juez supremo para clasificarlos en buenos, malos y regulares. O enredarnos en sofisticadas polémicas sobre quién tiene razón. Aunque bien sepamos que cuando la sangre empieza a correr, con seguridad la razón ya no pertenece a nadie.

¿Somos malos o perversos por ello? En absoluto. Sencillamente somos humanos.

La hipocresía es el camino más corto para salvar la distancia entre lo que debemos y lo que nos conviene. Y de eso nuestros políticos europeos saben algo más que un poco. Da grima verles dar volteretas y acrobacias  para no contrariar a los chulitos del patio de este colegio que es el mundo mientras intentan, con menos ímpetu, que su obscena sumisión no quede en evidencia ante sus ciudadanos.

No hay nada más barato que las buenas intenciones. La forma más fácil de desembarazarse de una responsabilidad inoportuna.  El mejor recurso cuando no se puede hacer nada. O sí que se puede, pero resultaría demasiado oneroso para nuestros intereses.

No hay nada más barato que las buenas intenciones

Porque Occidente no está haciendo nada serio por parar esa guerra. Y los países árabes tampoco. Ellos intentan ocultar su hipocresía acusando,  precisamente de hipócrita, a Occidente. Qué bien les viene a sus dictadores una causa romántica que incendie a los gobernados de indignación contra Israel. Y así se olviden de la asfixiante situación económica y política que tienen en casa.

Los rusos y los chinos, por su parte, aprovechan la oportunidad para desprestigiar a Occidente presentándose como  los únicos defensores de los oprimidos, aunque en sus ropas recién lavadas persisten las manchas de sangre.

Han transcurrido 75 años de guerras, terrorismo de estado y terrorismo de los oprimidos. La franja de Gaza es un campo de concentración en el que las duchas nazis de gas hoy tienen su equivalente en los bombardeos sobre edificios civiles. El expolio sistemático de las tierras de Cisjordania durante las últimas décadas  en a favor de los colonos judíos ha desmenuzado el territorio hasta eliminar su continuidad ¿Quién es el ingenuo o, más probablemente el hipócrita que aún puede abogar por la solución de los dos estados? ¿Quién va a sacar a los invasores de los territorios que han ocupado ilegalmente?

Entre los fanáticos judíos encantados de matar palestinos inocentes para reducir su número y los fanáticos palestinos encantados de que los maten para engrosar sus filas de desesperados, se repite la vieja historia: la gente de paz pagando con sus vidas los delirios e intereses de las minorías violentas.

Y cada vez más claramente se perfila cuál es el fin último de Israel. El territorio ya es suyo. Solo necesitan deshacerse de sus incómodos nativos. Sirve matarlos, expulsarlos o reducirlos a la irrelevancia. Paso a paso, el proyecto avanza y solo es cuestión de tiempo. Ahora lo llamamos genocidio. Pero no es nada nuevo bajo el sol de la condición humana. Echen una ojeada a los libros de Historia.

Y que gane el peor
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