viernes. 26.04.2024

Es septiembre. Termina el verano, las vacaciones y las fiestas populares de la comarca; en Hormiguera quedan pocas personas. Según el censo de 2014, veintinueve. Dieciséis varones y trece mujeres.

Paseando por el pueblo entre huertos, montones de leña y ganado en las eras, sólo los coches aparcados y la vista de la cementera de Mataporquera a lo lejos nos dan algunas pistas de la época en la que nos encontramos.

En la frontera entre Cantabria y Castilla, a pocos kilómetros desde la salida de la autovía, se accede a Hormiguera por una carretera que se asfaltó hace unos años y que ahora sólo se cubre con grijillo de vez en cuando, en un intento de paliar el desgaste del sol, la lluvia, la nieve y el mismo paso del tiempo. Un camino que ha conocido mucha historia: el nombre de este pequeño enclave aparece ya en mapas del siglo XVI por ser parada de la ruta principal hacia Castilla y, mucho antes, los romanos también pasaron por la localidad dejando su huella en forma de término augustal junto a la actual iglesia.

Hormiguera es una de las quince localidades que componen el municipio de Valdeprado del Río, en la comarca de Campoo. La última gran población de esta zona tuvo su auge a finales del siglo XIX, al calor de la industrialización de la comarca sur de Cantabria, en núcleos como Reinosa, Mataporquera y la vecina Aguilar, en la provincia de Palencia.

El éxodo rural a partir de mediados del siglo XX dejó el lugar medio desierto hasta nuestros días. Sin embargo, una vez al año sucede que la población llega a triplicar el número de habitantes censados. El domingo del segundo fin de semana de agosto, a las doce del mediodía, las campanas de la iglesia repican para dar inicio a las tradicionales dianas, una celebración típica durante las fiestas patronales de Santa Juliana. Un recorrido por todas las casas habitadas del pueblo, en el que el objetivo es compartir el día con los vecinos comiendo y bebiendo. Al frente del grupo, la charanga marca el ritmo de la procesión gastronómica. Durante unos minutos el pueblo come y bebe en el jardín, en el patio o en la entrada de la casa, y en seguida los músicos vuelven a hacer sonar la trompeta, el bombo y el trombón y es hora de partir hacia la siguiente. Pimientos, morcilla, empanada, tortilla; vino blanco, vino tinto, “mejunje de Pepe”, mistela.

Las dianas se inician con cierta actitud cohibida, entrando en casas desconocidas cuando mucha gente ni siquiera es del pueblo; se acaba de rodillas en el suelo esperando para beber del porrón y posando para la foto de familia que alguien saca encaramado al tejado de la casa de enfrente. De fondo, el clásico “Si no eres de Hormiguera…”, cantado al son de la melodía del popular “El carrito de los helaos”.

Los vecinos

Pedro Fernández Barona nació en Hormiguera hace 79 años. Creció junto a sus seis hermanos y cuatro hermanas en el pueblo y allí conoció también a su mujer, procedente de una localidad vecina que fue desahuciada para hacer el pantano del Ebro.

Pedro dejó el pueblo antes de casarse para buscarse la vida en Bilbao, y después de contraer matrimonio con 25 años, se instaló con su mujer en Santander, donde trabajó en una fábrica de calzado de piel. En aquella época Hormiguera y sus alrededores no ofrecían demasiadas oportunidades para una pareja de recién casados que quería formar una familia. Desde entonces sólo vuelve al pueblo algunas temporadas en verano. En esos días pasea entre las casas del lugar donde nació, camina entre los cambios que los descendientes de algunos vecinos, que hoy viven fuera, han hecho en sus antiguas moradas, casi todos conservando los materiales y el tipo de construcción que predomina en el pueblo, a medio camino entre la tradición montañesa y la castellana.

Hoy, uno de sus nietos, de 24 años, ha vuelto al pueblo por lo difícil de la situación laboral en su Santander natal. Ha encontrado trabajo en el campo y vive en la casa donde nacieron su abuelo y sus bisabuelos.

No es el único joven que decidió abandonar Santander y buscar una forma de vida en Hormiguera. Lucas Varillas y sus hermanos tienen entre 28 y 34 años. Su familia conoció la zona hace más de 30 años y les enamoró. En 1980 compraron una casa en Hormiguera, en la que pasaban los fines de semana y las vacaciones de verano.

Hace casi 5 años, en plena crisis y descontentos con el modo de vida al que les habían abocado sus trabajos, decidieron abrir un bar restaurante en la parte de atrás de la casa familiar. Hacía ya una década que el antiguo bar-tienda de Hormiguera había cerrado, y los vecinos y vecinas tenían que desplazarse a Mataporquera para comprar pan o tomar una cerveza. Hoy son los habitantes de los alrededores los que acuden a Casa Tin a reunirse con sus vecinos y compartir un plato de cocina casera elaborado con productos de la comarca.

La vida en Hormiguera les permite escapar de todo sin estar demasiado lejos de la ciudad, vivir haciendo lo que realmente les gusta y no lo que la vida urbana impone.

No son los únicos que se han mudado al medio rural para empezar un negocio. Otros cántabros eligieron Hormiguera para darle vida a través de la elaboración artesanal de cerveza. La Clta (Compañía de Las Tierras Altas). Aprovecharon la casa de la familia de uno de ellos para instalarse e instalar toda la maquinaria. Están empezando a rodar, aunque las facilidades no abundan en terrenos donde los antiguos poderes están muy enraizados y tienen una filosofía de vida muy distante a la de estos jóvenes creativos.

Historias de Hormiguera
Comentarios