viernes. 26.04.2024

Entramos en una habitación que tendrá algo más de 30 metros cuadrados. Allí todo el que se adentra pierde su protagonismo, pues ese habitáculo hace ya tiempo pasó a ser propiedad de los miles de soldaditos que arman filas esperando, parece, la batalla perfecta para cobrar vida. Es el santuario de Miguel Ángel García Sedano, como él se define un ‘artesano del plomo’. El historiador Carlos Vara y el propio Miguel Ángel se saludan e inmediatamente, como si no existiésemos, hablan de forma animada sobre los más de 2.000 soldados de plomo dispuestos en formación de pasar revista. Se distribuyen en primitivas mesas, y que en algún caso, flejan por su propio peso ante la debilidad del ‘apaño’. Algunos marchan a caballo, a pie, con la artillería y la banda de música. Todos ellos en perfecta formación.

La afición, reconocen, surgió siendo niños, cuando jugaban a la guerra en diferentes escenarios con soldados recortables, de aquellos que se compraban en los kioscos y que había que montar para que se sostuvieran. Muy diferentes de los que años más tarde, y en la actualidad, fabrican de manera manual, tanto Miguel Ángel como Carlos, y que tienen un peso superior al cuarto de kilo. Reivindican el rigor con el que fabrican y pintan cada figura, ayudándose de libros que compran en sus viajes al extranjero (en los que se detallan vestimentas, complementos, armas, …), y de la picardía de fabricar sus propios moldes en silicona. Como afirma Miguel Ángel, que tiene decenas de moldes, “eso ensucia muchísimo”.

Nos lleva al interior de su pequeño taller, donde funde directamente el plomo que le surten de cañerías, y que reconoce paga en torno a euro y medio el kilo. Para fabricarlos pega las diferentes partes de cada soldado, pinta las piezas de blanco para que, posteriormente, la pintura de color tenga más realismo y añade todos los complementos que dan verosimilitud a su ‘ejército’. “Las espadas y las cornetas son las más difíciles de hacer”, afirma Carlos Vara, porque “en el molde no se sostienen”. A veces la pasta sirve como complemento adecuado para ‘engañar’ el ojo del visitante.

Imagen de los soldaditos

No saben qué hacer con tanto soldado de plomo. Los políticos no les apoyan porque no está bien visto exponer batallas de guerras, “no es políticamente correcto”, afirman, pero ellos lo único que persiguen es que esta tradición perdure, que se creen proyectos de formación para que los más jóvenes tengan en este caro hobby la posibilidad de que el patrimonio histórico de un país no se pierda. Se brindan a mostrarlos en exposiciones que recorran colegios, bibliotecas e, incluso, recrear batallas históricas en centros educativos. “No tenemos miedo a los niños. Es fácil protegerlos, no es necesaria una vitrina perfecta, que es muy cara. Con una base y un metacrilato curvo lograríamos que aquellos visitantes más audaces se vean imposibilitados ante la tentación de llevarse aquello que es ajeno”, valora Carlos Vara.  Al fin y al cabo, si hay algo que resiste a las más sangrientas batallas, cambios sociales y épocas es la imaginación de los niños, que seguirán encontrando en un soldadito de plomo la excusa perfecta para echar a volar su fantasía y creatividad.

Miguel Ángel tiene expuestos en el Fuerte de San Martín una serie de soldados correspondientes a la época napoleónica, y recuerda que Santoña fue el lugar que por la mañana era francesa, por la tarde inglesa y por la noche española. De hecho, la villa marinera rememora cada año la capitulación del ejército de Napoleón, que llegó tras la firma del tratado de rendición, con varios días de actividades en los que las recreaciones históricas son el principal atractivo.

El momento cumbre es siempre la salida del Palacio de Manzanedo de las tropas francesas, inglesas y españolas en dirección al Paseo Marítimo, donde realizan la recreación de la capitulación frente al monumento al Bicentenario. Todo ello finaliza con el disparo de la salva del cañón del Museo de la Real Fábrica de Artillería. En este 2019 se han cumplido 205 años de aquel episodio histórico.

Llega el final de la mañana y debemos poner punto y final a nuestra visita. Ha sido un viaje en el tiempo, no solo a otras épocas, sino también a la niñez de Miguel Ángel y Carlos. Nos vamos entre recomendaciones y mensajes de futuros proyectos, que seguro habrá.

 

Jugando a los soldaditos de plomo a los 76 años
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