viernes. 03.05.2024

La hermana Encarnación, la más joven del convento de clausura, veía como marchitaba su lozanía. Sus padres decidieron cortar de raíz su afición a los hombres maduros. Un día después de orar en la capilla al salir el sol, no podía contener la subida de la libido: decidió romper con su cinturón de castidad y se encerró en su dormitorio. Allí tenía guardado un látigo que robó en la sacristía. Se desprendió de los hábitos y como vino al mundo dio rienda suelta a una autoflagelación en su espalda: Una, dos, tres... Ni se sabe las yagas que se propinó. Para ella resultaba tan deleitante ante tanta abstinencia que introdujo su dedo índice derecho en el clítoris hasta que el placer estalló en orgasmo.

No había cerrado con llave la puerta de su habitación, craso error, y la madre superiora le descubrió en la hoguera del infierno. "¡Estás loca Encarnación, has cometido el mayor de los pecados, la lujuria!". Fue enviada a un centro psiquiátrico por enajenación mental y el dios en el que creía no se apiadó de ella. En su tumba se sienta alguna noche el sepulturero.

Confesiones
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