Hasta aquí nos han traído un demente y centenares de idiotas, dice exaltado un chorbo en un bar mientras una de las rabas que acaba de coger del plato asoma por un extremo de su boca, poblada con unos piños como las teclas de un piano: uno blanco, otro negro, uno blanco, otro negro...
Abunda en su teoría, al tiempo que acomoda sus atributos, engrasando así el exterior de un paquete de razonamientos que para sí quisieran los políticos más reputados. Codo en barra, vermú en ristre y un pequeño espacio para la lengua entre la comida. Se lanza a porta gayola con todos los escaños del recinto hostelero a rebosar.
Primero define a la Unión Europea (en adelante desunión para lo que consideren los perros grandes): idiotas que mean colonia (sobre todo, el Benelux). Después le toca a la OTAN: esperan que el lobo solo mate la oveja ucraniana; craso error, todo el mundo sabe lo que hace el lobo cuando entra en un establo.
Y acaba, ya venido arriba y sin ambages, con el invasor demente, que es por donde había comenzado la disertación tabernaria. El hijo de Putin, esgrime, ha puesto la línea en el antiguo Pacto de Varsovia. Y va a tensar a sangre y fuego el telón de acero. Para resumir: cree que Finlandia le pertenece. No te digo lo que está antes: Bálticas, Polonia, Chequia, Bulgaria, Moldavia… ¿Lo invadirá todo? No tiene porqué: le basta con que sean sus títeres.
¿Y qué ha hecho Occidente mientras esto se cocía y estallaba Europa? Nada
Apura el vaso, pide otro y continúa: ¿Y qué ha hecho Occidente mientras esto se cocía y estallaba Europa? Nada. Comer gambas y ponerse sueldazos. Pero ellos, sobre todo los de la colonia, tienen búnkeres. ¿Que si me preocupa?, pregunta. Claro; nos ha jodido. Pero en este momento, de extrema urgencia y desestabilización, quisiera políticos sabios y de hierro: quiero estadistas, no muñecos con el papo lleno. (Campana y se acabó).
Estás para el Congreso, le aclama un compadre. Piden todos una rueda de gintonics. Una y media de la tarde. A las siete, arreglao, que diría Amador Rivas.