viernes. 26.04.2024

El fallo del Supremo a puerta vacía

La Sala Tercera, aguafiestas y sandunguera, había congelado la sentencia porque va en contra de toda jurisprudencia anterior del Alto Tribunal y, en definitiva, va a repensar el fallo.

En mis ratos menos heavys escucho a Las Supremas de Móstoles. Ahí estaba el menda, con las empanadillas, cuando un informativo de la caja boba expelió unos pitidos similares a aquéllos que sonaban en El Plantío en los tiempos en que aún jugaba allí Juan Gómez. ¡Gol! de la Sala Tercera del Supremo a los bancos: tendrán que devolver una talegada incontable a los hipotecados por el impuesto de Actos Jurídicos Documentados. Con carácter retroactivo, miles de millones, la Biblia en verso. Todos a bailar una jota en la plaza del pueblo.

Ya estaba la gente aproximándose por la calle principal (tarareando a Tequila) hacia la citada plaza. Ya estaba la gente, digo, trasportando siete cajas de orujo para festejar, 300 de cerveza, varias toneladas de vino cosechero, patas de cordero para poner a la brasa, chistorra y choricillos a tutiplén, morcilla de Briviesca sin escatimar, tortu lebaniego de un tamaño comparable al diámetro de la rueda de un carro, y así, viandas y alcohol para tumbar varias cuadras de bueyes de los que arrastraban madera sin la necesidad de untar el suelo con mantequilla.

Con carácter retroactivo, miles de millones, la Biblia en verso. Todos a bailar una jota en la plaza del pueblo

Malio, el probador oficial de toda juerga que se precie –y ésta merecía la pena por la histórica decisión–, iba a inaugurar el banquete cuando otra sucesión de pitidos televisivos convirtió la jarana en los juegos del hambre. La Sala Tercera, aguafiestas y sandunguera, había congelado la sentencia porque va en contra de toda jurisprudencia anterior del Alto Tribunal y, en definitiva, va a repensar el fallo. Que como tal es clamoroso: un disparo a portería vacía que acaba en el tejado del Palacio de Exposiciones.

Aun así los confiados celebrantes pensaron en dejar allí el papeo, en la convicción de que llegaría en poco tiempo el nuevo resultado de los excelsos togados. ¡El 5 de noviembre! Para esa fecha, comida podrida y vino avinagrado. Así que todos cabizbajos de vuelta a casa. La plebe otra vez replegada en la bodega, frente a la fresquera. Y lo que es peor, ante la misma disyuntiva que hubieron de arrostrar en su tiempo Micifuz y Zapirón: comerse o no el asador.

El fallo del Supremo a puerta vacía
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