sábado. 27.04.2024

Rubalcaba

La química de Alfredo con la política llevaba el sonido de un coche eléctrico, de las hojas de los nogales en una surada del tardío.

En aquel ascensor del Hotel Bahía Alfredo me hablaba suave. Como lo hacía él. Sonaban más las poleas del montacargas. Era la campaña de 2004. Venía de Bilbao y acababa de comparecer en un programa de televisión frente a un grupo de periodistas cántabros: todo bien respondido y escogido. Alfredo era un pulgarista de la política: cuando algo parecía perdido, con los riñones contra la esquina del cuadrilátero, sacaba una bola bien retorcida desde el meñique para embocarla hasta el tablón.

Rubalcaba podía convencerte en un pis pas de que bajando subíamos, sólo tenía que proponérselo

Estábamos en el elevador. Pero viajando hacia la planta baja. Rubalcaba podía convencerte en un pis pas de que bajando subíamos, sólo tenía que proponérselo. Iba camino de Madrid. Yo, a la vuelta de la esquina. No volví a verle, aunque sí a oírle, porque a partir de ahí sus responsabilidades en el futuro Gobierno serían las máximas.

Cuanto más grandes son las personas menos ruido hacen. Por eso Barbacid pasea por los pasillos de la Magdalena y parece que ni siquiera está. Como una bola del Tete dormida a la mano en un vals de mariposas. Como una balada en la garganta de Klaus Maine, cual verso de Bécquer. La química de Alfredo con la política llevaba el sonido de un coche eléctrico, de las hojas de los nogales en una surada del tardío.

Aquella mañana Alfredo se presentó en el Bahía a plato vacío y con un plató lleno de cámaras y periodistas en la consabida urgencia de ponerle contra las cuerdas. Tomo un café. Se recompuso. Subió a una especie de atril y suave suavecito, como un Fonsi electoral, deshizo el castillo de naipes que habíamos montado con tremenda mala idea. Dicen que llevaba varios comodines bajo las mangas. Yo no se los calé.

Rubalcaba el pulgarista sabía arreglar cualquier jugada, birlar como los ángeles y agarrarse a la panoja cuando hacía falta. Si profesional de la bolera hubiese querido ser lo habría hecho como El Belga, que se presentó cierta vez en la arena con las bolas pintadas de rojo. Pero Alfredo prefirió llegar a la política desde el atletismo. Raudo. Para después convertirse en un maratoniano de lujo. Que la tierra te sea leve.

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