sábado. 27.04.2024

Esta cargante trivialidad del ser

He aprendido lo suficiente para no dudar ya de lo obvio, y aspiro a que te siga conmoviendo el olor del prado recién cortado durante una mañana en cualquier verano

Veo amanecer, lluvia de cristal

Todo desencadena en la esfera de nuestra psiqué, en la posición de nuestro sentido, en el reino ontológico y filosófico de los comienzos categóricos. El filósofo austriaco Edmund Husserl (1859-1938) llamará ‘psicología trascendental’ a lo que existe antes de todo conocimiento. Y es una psicología que es del ser (el adjetivo ontológico se refiere al ser), resultando, en esta categoría básica, una aparente contradicción al identificarse fielmente el sujeto psicológico trascendental con el sujeto de las ideas, porque el ser y el conocimiento, trascendentalmente, son una misma cosa, una unificación de sujeto (conocimiento) y objeto (ser). Así, en esta psicología, podemos tener un entendimiento crédulo del ser u objeto, que el filósofo austriaco llama ‘intuición’, con independencia de la cultura y de los pertrechos científicos con que contemos, y para guardar esa ingenuidad, debemos poner entre paréntesis, en suspenso (ἐποχή), nuestro caudal cultural y científico. Es lo que él llama la reducción o restricción fenomenológica.

Es un hecho existencial que nunca podemos saber lo que debemos querer, porque la vida pasa y solo es una, sin tener un antes y un después

Pero, ¿qué reducción podemos hacer, por ejemplo, del necesario alto el fuego en la matanza acostumbrada de Gaza si, como siempre, prima la ligereza y lentitud del Consejo de Seguridad de la ONU para comprometerse con su propio cometido? ¿O que el enviado especial del Cuarteto del Proceso de Paz para Oriente Medio fuese especialmente Tony Blair (2007-2015), uno de los incendiarios apagafuegos hace veinte años en Irak? Pues bien, ante esta cargante trivialidad, ante el burlesco y desesperante estilo prosaico que nos mata la vida, el poeta nos dice que nos queda la palabra, el aliño del arte y el ingenio y agudeza con que nos bombea la vena de los poetas, cuyo virtuosismo imprescindible es tan verdadero como inacabable. Reduzcamos más el fenómeno, dejemos en suspenso la violencia con que nos taladra también día a día la matanza de los ucranios y aliviemos, aunque sea un minuto, nuestro umbral diferencial para poder vivir y seguir sintiendo:

Tú y yo, muchacha, estamos hechos de nubes

pero ¿quién nos ata?

Dame la mano y vamos a sentarnos

bajo cualquier estatua,

que es tiempo de vivir y de soñar y de creer

que tiene que llover

a cántaros.

Estamos amasados con libertad, muchacha,

pero ¿quién nos ata?

Ten tu barro dispuesto, elegido tu sitio,

preparada tu marcha.

Hay que doler de la vida hasta creer

que tiene que llover

a cántaros (…).

‘A cántaros’ (1972) – Pablo Guerrero (Esparragosa de Lares, Badajoz, 1946)

Escrita en 1972, su 40º aniversario lo celebraron así las voces de Luis Pastor y Lourdes Guerra, Cristina Lliso, Olga Manzano, Ismael Serrano, Olga Román, Manuel Cuesta y Álvaro Urquijo.

Nunca ocultemos los horizontes, que en el nivel inferior del regato cursa lo que ya no vemos, el vertedero. Abandonemos todo dejándolo en suspenso

Dice Heinrich Böll -Premio Nobel de Literatura, 1972- en ‘Billar a las nueve y media’ acerca de los infieles desembarazados: “Pero si no tenéis nada que esconder, ¿por qué ponéis esa cara tan arrogante y hacéis alarde de no tener nada que esconder?” Pueden ser la escoria los que un día huyeron hacia delante y siguen sin parar, que nunca supieron qué era el amor, que dan arcadas y empalago pero muchos les quieren imitar, renegados cuando niños cada día por su madre bramando su angustia vergonzante..., y ahora pisan con corbata, pisan fuerte por temor a perder sus cortas raíces… Y los demás, soportan su veneno. Como en A cántaros, que nos dejen ver las imágenes de la libertad, del vivir y del soñar, mientras podamos corresponder sosegadamente así a su signo de la transitoriedad y brevedad, y vamos a sentarnos bajo cualquier estatua o a tirarnos, muchacha, en la seca hierba hacinada que ventea a verano, aledaña a la muralla del camposanto. ¿Cuánto podemos conocer, Husserl, los seres humanos? ¿Cuánto podemos percibir en la intuición de los niños? ¿Cuánto tiene que llover? A cántaros, sin importarnos la inaguantable ingravidez del ser. Es un hecho existencial que nunca podemos saber lo que debemos querer, porque la vida pasa y solo es una, sin tener un antes y un después.

Debemos arrojar afuera los sables y los aceros y fundirlos, aplastarlos y atenazarlos -decía mi abuelito- como a todos los privilegios y fueros, nieto querido; solo pretenden eso, sus maneras de arrastrarse para corromper. Y, sin embargo, colmadas están las manos de la naturaleza de bienes y regalos para todos, sobrando todavía. No quieras nada, tampoco el foie gras que nos hace la abuela, ni la tripa aceitada del capellán, tampoco la miel, ni clase alguna de patrimonio ni la simpática liebre marina, ¿por qué, si hay alguien con necesidades? Por eso te digo, muchacha, que vayamos a lugares anchos: verás el sol encima de ti, hojas y briznas de hierba se tenderán por tu cara y volveré a aventurar contigo el aroma de un anochecer de verano, pero no sigas abandonándote nuevamente a ese sabor salobre de estar concurriendo, como una obligación, a un insoportable examen. He aprendido lo suficiente para no dudar ya de lo obvio, y aspiro a que te siga conmoviendo el olor del prado recién cortado durante una mañana en cualquier verano.  

Nunca ocultemos los horizontes, que en el nivel inferior del regato cursa lo que ya no vemos, el vertedero. Abandonemos todo dejándolo en suspenso. Nada nos ata ahora si estamos mezclados con nubes, porque cuando con poca o mucha fuerza llueva, nadie nos hallará ancorados... Hoy, en el diario se leía que en Gaza se vivía entre el engaño y el exterminio... "Israel bombardea Gaza, pese a la tregua, tras cohetes palestinos"...

Esta cargante trivialidad del ser
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