lunes. 06.05.2024

Joan Coloma Valor, la distinción impresionista. Su trabajo con los colores básicos

Yo nunca había reparado en esa conjunción cromática entre Liébana y Andalucía, sin embargo es una aseveración que, viniendo de Joan Coloma, no debe tener ni debe de tener discusión alguna.

Lleva más de treinta años afincado en los Picos de Europa y sus paisajes diseminados por Cantabria, León y Asturias y no parece que Joan Coloma Valor (Alcoy, Alicante, 1956) tenga viso alguno de coger el petate y olvidarse de sus trabajos y de los colores de Cantabria, de Asturias, de León y de tanto lugar de adopción como ha tenido este artista alcoyano. Tampoco parece que este hombre afable y bonachón pueda ser capaz de ir, en constante movimiento, de aquí para allá, sin permanecer en ninguna parte.

Es el arquetipo del viajero que allí donde se queda, a ese lugar lo hace suyo y se encuentra siempre a gusto con los paisanos de ese espacio

Es todo lo contrario. Es el arquetipo del viajero que allí donde se queda, a ese lugar lo hace suyo y se encuentra siempre a gusto con los paisanos de ese espacio, formando parte de ese paisanaje. Prueba de ello es que la curiosidad del observador y del caminante le hace ver siempre cosas nuevas de un sitio y de un momento, por muy socorridos que estos puedan resultar para un turista, para un paseante de a pie. Joan nunca ve lo mismo. Y así, lo refleja en sus mares, ríos y montañas, por eso se enamora de los paisajes que ve y, por eso, siempre vuelve a los puntos de su creación para recrearlos. Al filo de cumplirse ahora un lustro, el que esto escribe conversaba con el pintor en una exposición suya en Cosgaya (Liébana), y al hilo de la conversación me dijo dos cosas que aún recuerdo y que, en parte, pueden definir el perfil de este artista:

"Liébana es la Andalucía del norte, aunque los azules no son iguales".

"Desde siempre, pinto y mancho".

Hay músicos, pintores, etc. que han comenzado su oficio del arte con vocación tardía y otros, como el caso que nos ocupa, que se hicieron cargo de su vocación a edades tempranas y siempre la han ejercido, desde el útero materno, naciendo con pinceles en la mano. En cuanto a su frase primera, yo nunca había reparado en esa conjunción cromática entre Liébana y Andalucía, sin embargo es una aseveración que, viniendo de Joan Coloma, no debe tener ni debe de tener discusión alguna, y no porque a uno no le guste discutir, lo cual no es cierto, sino por venir ex cátedra, desde la autoridad que le da su posición de maestro. Y, sobre todo, porque para mí es un símil precioso, bonito y muy conseguido.

Decir que Joan Coloma siempre ha querido y quiere homenajear al otoño como principal tema de sus lienzos no deja de ser una viciosa e inútil tautología. Solo con ir a sus exposiciones y entrar en Internet, esta afirmación estaría de más. Tiene una gran obra que siempre entusiasma a la audiencia, la cual siempre está a la escucha de sus palabras y de los sonidos de sus cuadros, en una suerte de sensaciones sinestésicas que, incluso el pintor nos hace oler lo que estamos viendo, y sentir una cierta humedad ambiental, ya que en cada exposición sentimos, a su vez, la alabanza por parte de los espectadores, que hallan repartido en la correspondiente sala o espacio la visión del duende de esta forzosa estación del año.

Comienza a pintar en cierto modo más con autoaprendizaje, con el respaldo también de su educación formal

A los 14 años, Joan emprende su experiencia académica en el arte. La Escuela Municipal Bellas Artes Alcoy va a ser su nidal. Más tarde, sigue estudiando y la Escuela de Artes Aplicadas y Oficios Artísticos, hoy Escuela de Arte y Superior de Diseño de Alcoy/Alcoi, va a ser la que le forme en el diseño gráfico. Y hoy, sigue sin estancarse, en continuo progreso, como si comenzase otra vez.

Poco después, su obsesión, su frenesí pictórico, y su energía  van a ser hasta la actualidad, como decimos, los paisajes. En 1977, se inicia en sus salidas al campo. Pinta todo lo que pasa a su retina, los panoramas en donde no abunda ser vivo alguno, sin contar con la profusión de la vegetación. Se encuentra imbuido del espíritu impresionista de cien años atrás. Comienza a pintar en cierto modo más con autoaprendizaje, con el respaldo también de su educación formal cuatro años más tarde; pero ya tenía el apoyo y el bagaje del proceso de su arte, del método para canalizar su experiencia autocultivada, y ya granada desde su edad tan temprana. El pintor alicantino se califica exactamente "como un pintor dedicado desde hace treinta años a pintar el paisaje de escenarios como Cantabria, Asturias y León", cuyo motivo central mayor de sus creaciones no deja de ser sino el panorama de los Picos de Europa y las vistas del medio lebaniego.

Colecciones privadas o particulares albergan su trabajo artístico, ubicadas en Italia, Estados Unidos, Portugal, Australia, Alemania, España, Francia, Bélgica, Reino Unido, México, Venezuela y Andorra. Es algo que refuerza aún más su carácter internacional, su visión de un mundo sin fronteras ni confines. Posiblemente, su única barrera no sea otra que la de luchar contra gigantes que, como molinos de viento, tratan de no dejar paso a la creación, al arte y a la imaginación; todo ello aderezado obligatoriamente por la luz y la educación intercultural que, desde siglos, ha brindado el Mediterráneo a lo largo de la historia.

Los efectos que consigue son comunicar esa paz que, con seguridad, es la misma que él siente cuando está pintando los retratos de sus paisajes

Juan Coloma, el acogedor que mima tanto a sus cuadros como a sus amigos. Gran escuchador, es el artista tremendamente ocupado, y comprometido. Los efectos que consigue son comunicar esa paz que, con seguridad, es la misma que él siente cuando está pintando los retratos de sus paisajes. Esa paz que se respira, con humildad, en la belleza de lo no totalmente perfecto. Los cuadros de este alicantino nos hacen entender la apacibilidad, la placidez, con tan solo verlos, sin necesidad de análisis o estudio alguno, contagiándonos su calidad natural, el alejamiento de la ciudad, la proporción dentro del aparente desequilibrio que lleva a en sí la propia naturaleza, la inocencia de cada trazo, pero siempre con rigor, la hondura del color y la siempre completa y quietud serena.

Cada cuadro suyo deja al observador entregado a diferentes sensaciones que se entremezclan entre sí, la integridad, la entereza y la nostalgia. Sus caminos, veredas y bosques sin gente nos hacen ver a sus antiguos habitantes y caminantes. Es así su naturaleza envolvente, que nos llama a recibir de la manera más natural posible, y con lo más parecido al estoicismo, las forzosas etapas que se suceden en la vida. Así pasa cuando contemplamos los mismos espacios que nos impactan en diferentes estaciones, con distintas luces. Juan Coloma nos estimula a admirar los motivos de su creación con frescas intuiciones y visiones, pero principalmente insta al que contempla sus cuadros a verse y a pensarse a sí mismo de una suerte diferente, porque lo que su pintura nos enseña es que ninguna cosa es duradera, nada podemos encontrar lleno ni entero, ni es completo y celestial, como el estado eterno de los afortunados.

Por contra, su obra sí nos acerca a la perfección y a la belleza. El maestro quiere proyectar que su "paleta sea rica en luz y color". Y lo consigue. Como lo ha logrado un hombre del Mediterráneo, captando a un río de las montañas del Norte, el Deva, en su bajada al mar, en un día propiamente lebaniego, unas pocas nubes, con la persistente y repetida niebla que va fundiéndose en la base, y sus aguas que se tienden tranquilas y reposadas.

Joan Coloma Valor, la distinción impresionista. Su trabajo con los colores básicos
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