viernes. 26.04.2024

Aylan muere y miramos la foto

La foto del niño sirio muerto a orillas del Mar Egeo ha conmocionado a toda Europa y se ha convertido en un icono de la crisis humanitaria que vive el continente.

Frente al drama ajeno, en cada ocasión que se catapulta de manera mediática, presenciamos la escena como unos desgraciados. Otros, no pocos, hacen directamente el papel de sinvergüenzas en su intento de convertir en iconos propagandísticos las  imágenes del sufrimiento, como la del pequeño Aylan Kurdi (¡descanse en paz, el mi pobre!), el niño sirio recogido ahogado en la playa turca de Ali Hoca Burnu. No tenemos derecho a caer siempre en las mismas valoraciones sin ponerle de una vez por todas, al menos intentarlo con todas nuestras fuerzas, soluciones justas, visibles y palpables.

Me he pensado mucho escribir sobre esta terrible muerte, y quiero huir de titulares facilones, hechos que todo el mundo conoce ya, o un relato lacrimógeno sobre una imagen, que es la que hay que ver. Efectivamente: hay que ver a Aylan muerto en la orilla. Ver al niño para creer en la cercanía total del drama humano, y que no puede haber fronteras con las que frenar las huidas del horror. Ver para actuar y abandonar los discursos huecos, que se cuentan primeramente a los medios de comunicación, para luego no hacer nada. Por cierto, es deseable que los medios reimpulsen los valores, y el de la vida, es el primero. Hay que mostrar en definitiva esta imagen del pequeño ahogado a quienes no paran de joderlo todo, provocando guerras, hambres y movimientos migratorios masivos de los lugares de conflicto hacia territorios más tranquilos donde volver a empezar de nuevo.

La foto del niño muerto en la playa no es para la portada de un día ni para un telediario en sus diferentes ediciones de una jornada cotidiana de la semana. Es una foto para toda la vida. Alguno se preguntará sobre la culpabilidad ajena en la decisión desesperada que toman quienes se suben con sus hijos a botes destartalados, y surcar aguas peligrosas en busca de una nueva y segura vida. Con nuestros silencios, participamos. Con nuestra falta de exigencia a los gobiernos, consentimos. Y con nuestra indiferencia, reconociendo como verdad cierta que cada cual tiene sus propios problemas, ampliamos la gigantesca laguna insolidaria que separa este absurdo e injusto mundo dividido en ricos, pobres y los Aylan Kurdi.

Los Aylan Kurdi son los abandonados a su suerte. Más como él están en este instante tratando de salir de Siria. Ahora mismo embarcan en una chalupa de mala muerte, o tratan de saltar las vallas levantadas a lo largo y ancho de toda Europa. No digamos más mentiras. Basta ya de medias verdades. Porque lo que se está extendiendo por Europa no es la solidaridad con los refugiados, ni tampoco solucionarles sus problemas en los países de origen de los que tratan de salir. Lo que gana kilómetros y alturas de vértigo son las alambradas con pinchos, y no es la solución. Que la muerte del pequeño Aylan sirva para algo más que escribir anécdotas de su fatal historia.

El mundo al completo debe hablar sobre la actual inmigración totalmente  descontrolada, y tomar juntos decisiones que competen a todos. La inmigración no se soluciona con voces aisladas que suenan descompasadas. Tampoco se soluciona con buenas intenciones de organizaciones humanitarias e incluso municipios, porque son los gobiernos nacionales los que tienen el poder de decisión. Es lamentable  pero son los de siempre los que pueden poner fin a tanto drama, nerviosismo y crispación general. Los que dirigen este mundo pueden evitar que aumente la lista terrible de las familias que como los Kurdi, tras perderlo todo por la guerra, han perdido a lo más querido, sus hijos.  Pero debemos tener presente, y ponerlo en práctica, que a esos poderes tan sólo les mueve la presión de nuestra reivindicación e indignación.

Aylan muere y miramos la foto
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