viernes. 26.04.2024

La mejor herencia, los estudios (sin máster)

No cesan las movidas con másters y tesis, a lo que se une algo que me repugna más si cabe como son los plagios. Pronto se olvida el nombre de un cargo público dimitido al verse envuelto en alguna de estas   circunstancias. Cosa bien distinta es el daño moral infringido a los esforzados estudiantes, y a la necesidad imperiosa que tienen de creer en lo que hacen y en su legalidad. Todo ello me hace pensar que nuestros  universitarios están ahora bastante tocados.

La crisis dejó tiesa la hucha de muchas familias, y empezó a circular la resignada idea  de que la mejor herencia que pueden recibir los hijos de sus  padres son unos buenos estudios. Que la ilusión mueve montañas es una frase ya del pasado, porque son las formas que emanan de unas buenas prácticas personales y profesionales las que generan confianza en todos los ámbitos de la vida. Me viene a la menta la banca. Se postula actualmente como muy seria y responsable, pero antes se las hizo pasar canutas a muchos de sus impositores por las trampas de las Preferentes. Sí, la confianza se gana día a día, momento a momento, y no vale con darse autobombo, lo mismo una entidad, una institución pública, una universidad o una personalidad, sino va acompañado de algo tan elemental, como escaso hoy, conocido como ética.

Las universidades han de ser santuarios de lo ético, porque cuesta mucho estudiar, tanto por el esfuerzo como por las caras matrículas

A medida que voy haciendo años me doy más cuenta de que es cierto que, al final, somos nuestras elecciones. Se constata en tanto curriculum falso que termina por hacerse público-polémico, y lo mismo sucede con los másters y tesis doctorales a la carta que forman ya parte de las noticias cotidianas, como si los españoles no tuviéramos otros problemas más relevantes por resolver, y siempre pongo en cabeza el paro. Ser y actuar bien, sin trampas, mentiras e hipocresías, es todo un reto porque recibimos una educación basada mayormente en anhelar el éxito rápido, y en despejar en un momento dado los inconvenientes echando mano de atajos que al final terminan con muchas carreras políticas y profesionales. Lo he visto muchas veces, y es una de las cuestiones que menos me gustan de mi país, ante la facilidad existente de que el mal ejemplo cunda entre los más jóvenes, con eso tan español del embudo ancho para unos y estrecho para los demás. Las universidades han de ser santuarios de lo ético, porque cuesta mucho llegar a estudiar en ellas, y lo digo tanto en el plano del esfuerzo y superación personal, como a la hora de que las familias abonen las caras matrículas de cada curso.

Los alumnos necesitan creer, ver todo un ejemplo en sus profesores, y comprobar que las calificaciones se ajustan a la valía de lo que hace cada estudiante. Por eso la crisis de los másters en España, que incluso se lleva por delante a toda una ministra, les tiene cabizbajos y frustrados, dando la sensación de que ya no saben qué pensar. No me preocupa tanto el nombre y el cargo de quien se ve afectado por uno de estos casos, como la reiteración de másters y tesis sospechosas, junto a la mayor acusación si cabe de plagios, que tan abundantementeo se han perdonado hasta el basta ya actual. A las incertidumbres sobre su futuro, los estudiantes se preguntan con toda la lógica del mundo sobre la valía de lo que han estudiado, la titulación correspondiente, porque la seriedad resulta primordial en la consecución de un curriculum preparatorio para conseguir luego ese puesto de trabajo directamente relacionado con los estudios cursados. Máster es excelencia, pero semejante término se ha visto comprometido por la reiteración de casos que saltan a los medios de comunicación, a la investigación interna universitaria y, finalmente, a los tribunales. Así es imposible afianzar o reforzar algo tan imprescindible como la preparación mediante unos seguros y adecuados estudios, que sean iguales para todos, sin distinción de ningún tipo.

En los últimos años, las dos noticias preferentes, han sido Cataluña y las dimisiones por fraudes cometidos en másters universitarios

Para regresar a una senda de confianza, se hace necesario revisar de manera urgente la independencia de nuestras universidades, que en muchos casos dependen de presupuestos públicos y, por lo tanto, de la política. En los últimos años, las dos noticias preferentes en España, si exceptuamos los casos de corrupción y el cambio de Gobierno, han sido la situación de Cataluña y las dimisiones por fraudes cometidos en el desarrollo de másters universitarios. La duración del tiempo a la hora de acabar con un problema no es cuestión baladí, porque puede sumir a muchas personas en la desconfianza más absoluta. Ni más ni menos, es lo que está ocurriendo. Por lo pronto, y de manera urgente, hay que devolver a nuestros estudiantes la firme creencia de que sin dedicación y esfuerzo no es posible la consecución de ninguna titulación. Produce sonrojo leer el título genérico de algunos másters, siendo del todo imposible predecir la utilidad futura que van a tener determinados estudios, como no sea para colgar de la pared un título encabezado por el manoseado y desprestigiado término de máster.

La mejor herencia, los estudios (sin máster)
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