sábado. 27.04.2024

Comamos perro

Ahora que en Corea del Sur han decidido que eso de merendarse los chuchos es una cosa fea e impresentable, creo que ha llegado el momento de empezar a comer perro.

Ante la próxima prohibición del gobierno surcoreano de servir carne de perro en restaurantes, la Asociación Coreana de Perros Comestibles, formada por hosteleros y criadores de canes destinados específicamente para alimentación, están poniendo el grito en el cielo. Argumentan que se va extinguir la especie. Como si fuese esa extinción y no la suya lo que les preocupa. También protestan por la intromisión occidental, demonizando una práctica tradicional de la cultura del sudeste asiático, que se perdería para siempre. Supongo que parecidos argumentos esgrimirían los esclavistas en Europa y América hace doscientos años. Aquí seguimos escuchándolos entre los defensores de la fiesta nacional.

A la visto de todo esto, insisto: deberíamos empezar a comer perro.

Algo parecido está sucediendo con la carne de conejo desde que estos animales han entrado en las casas como animales de compañía, y sobre todo como compañeros de juego de los niños. Sus pieles son tan suaves que sus madres las utilizaron durante generaciones en prendas de abrigo. Pero por favor, que no lo sepan los niños. Con el resto de los bichos podéis hacer atrocidades. Pero que nunca vean un conejo cocinado sobre la mesa.

Sin embargo, y precisamente por esto, creo que también deberíamos comer conejo.

Al fin y al cabo, uno se pregunta qué diferencia hay entre unas especies y otras. Los corderos y cabritos se comen lechales, es decir siendo bebés que no han superado la lactancia. Y tras  separarlos de sus madres –con el imaginable sufrimiento para ambos– son sacrificados ¿Sacrificados? Qué palabra tan inadecuada ¿A quién se sacrifican?

Seamos hipócritas, pero sin pasarse. Se matan. Se matan de forma industrial, con el menor coste posible y siguiendo un procedimiento tranquilizadoramente científico para minimizar el sufrimiento. Es mejor no pensar que el verdadero sufrimiento no viene de una muerte más o menos rápida, sino de no haber vivido una vida acorde con las condiciones de vida que necesitan. Que no son las jaulas. Ni el hacinamiento. Ni desconocer qué es la luz del sol. Ni la comida artificial, hormonada y antibiotizada. Ni la muerte prematura.

Ya. Todo eso es verdad. Pero qué ricos están.

Pocas cosas hay más parecidas a un bebé humano que un cochinillo. Dicen que incluso en sabor y textura. La verdad es que, eliminando prejuicios ¿Por qué no probar? Sin matar a nadie, claro. Todo esto puede arreglarse sin violencia. Tratándose de cadáveres, qué más da que nos surtan las funerarias o los mataderos. Al fin y al cabo, todos somos especies animales ¿O solo cuando conviene?

Está claro que la costumbre y la tradición no producen hábitos muy racionales. Y también que la razón no debe imponerse sobre aquellas de una manera absoluta. Pero enfrentémonos a la realidad: ¿Hay alguna diferencia objetiva que divida a los animales entre especies para achuchar en casa y especies para maltratar o destinadas a la cazuela?

Claro que podemos hacer lo que nos dé la gana. Somos la maravilla de la casa. La cúspide de la pirámide. La especie elegida. Nos hemos repartido el planeta y lo administramos y explotamos a nuestro antojo. Nadie nos impide nada. Si es así ¿Por qué miramos hacia otro lado? Los fuertes no necesitan de la hipocresía.

Así que, en mi opinión, si queremos ser coherentes y aceptar la realidad de lo que hacemos con nuestros primos del reino animal, esos que tanto nos gustan en todos los sentidos, deberíamos empezar por comer perro.

Comamos perro
Comentarios