jueves. 02.05.2024

El siglo de la insustancialidad profunda

Hoy día parece no haber vida más allá de los escaparates deslumbrantes, los brillos de envoltorios de celofán y los embalajes multicolores. No importa si están vacíos

¿Lo que de verdad son las cosas? Eso es viejuno y rancio. Ahora las cosas –como la verdad– son solo su apariencia. Una imagen prefabricada. Y cambian a cada instante. Pero así es más divertido. Hay que absorber cada momento de placer, luego ya se verá ¿Intentar comprender? ¿Reflexionar? A quién se le ocurre, eso es una tarea insoportablemente ardua que no lleva a ningún sitio ¿Y aquello de la ética? Mira las noticias, para éticas estamos, jajaja.

Hubo un tiempo en el que las actitudes de la gente eran coherentes con planteamientos ideológicos previos

Dicen los viejos no tan viejos que hubo un tiempo en el que las actitudes de la gente eran coherentes con planteamientos ideológicos previos. Se seguían los mandatos de la socioreligión o los doctrinarios politicosociales, fueran de derecha o izquierda. Un modelo que constreñía con sus normas y dogmas, pero también arropaba bajo la seguridad de participar en un cierto orden común. 

La posmodernidad barrió aquellos edificios ideológicos que explicaban el mundo. Es cierto que fue liberador, pero también que su ausencia dejó una desorientación cuyo única –y equivocada– salida parecía ser el consumo. 

Con la decadencia de las doctrinas y la emergencia de eso que llaman la sociedad líquida, nuestro sentido de la vida se redujo a una dispersa y nihilista búsqueda de momentos de satisfacción. Hoy todo lo domina la inmediatez del like –me gusta y me gusta ahora–, y el resto no existe. 

La banalidad como forma de vida ha llenado de pacientes las consultas de los psicólogos y de compradores compulsivos las plataformas online

Buenos o malos, aquellos valores se perdieron, y la Historia –menos mal– no tiene marcha atrás. Pero la banalidad como forma de vida ha llenado de pacientes las consultas de los psicólogos y de compradores compulsivos las plataformas online. También contamina los ríos y dopa los peces con las toneladas de antidepresivos y tranquilizantes que vertemos cada día a través de nuestra orina. El envés de la sociedad de la satisfacción parece ser precisamente lo contrario.  Y una falta de resistencia a la frustración manifestada en esas rabietas irracionales que quienes buscan la división y polarización de nuestras sociedades fomentan fácilmente.

Vivimos en la superficie de nosotros mismos, ajenos a quiénes somos. Solo interesa lo que nos gusta y lo que detestamos. Algo que las grandes corporaciones de internet conocen mejor que nosotros. Y bien que lo utilizan para manejar nuestras endebles opiniones y gustos, y así dirigirnos dócilmente –ese terrible poder amable que ya no requiere violencia– hacia las compras, las opciones políticas y las actitudes sociales que esas empresas o quienes las utilizan desean conseguir. 

En consecuencia, nuestra vulnerabilidad a la manipulación por parte de nuestros congéneres y por los medios de comunicación se ha multiplicado. Hoy es tan sabido que el Brexit se ganó gracias a la influenciabilidad de los usuarios de Facebook como que una campaña electoral sin un buen soporte en ingeniería en redes sociales es un seguro fracaso. En ese mercadillo en que se han convertido nuestras democracias, hasta los partidos más serios se han infantilizado y recurren a ofertas gancho y trucos de publicidad basura para competir con los ascendentes populismos, maestros en ofrecer brillantes envoltorios con veneno dentro.

Pero hoy más que nunca, el mundo no está para superficialidades. Los dramas de la guerra, el parón económico, la creciente desigualdad, la emergencia climática y medioambiental o las hambrunas y las migraciones nos sacuden con una violencia que despierta a muchos de este letargo que tan bien anticipó el mundo feliz de Orwell ¿Brotes verdes de una nueva responsabilidad ética? Ojalá.

Mientras, en el gran salón que contiene las palancas que mueven el mundo, tiranos megalómanos, psicópatas tecnológicos y populistas totalitarios ansían sentarse a la mesa. Se trata de un plato que llevan tiempo esperando: democracias en salsa insustancial cocinadas en microondas 5G. 

Solo de nosotros depende que no les aproveche.

El siglo de la insustancialidad profunda
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