martes. 14.05.2024

Zoonacionalismo

¿Somos los humanos un zoopaís diferente? Para tratar de independizarnos del reino animal, hemos creado un relato sobre nosotros que disfraza la realidad. En el fondo, sabemos que no es así.

Los descubrimientos de los últimos años están incluyendo a los mamíferos superiores en algunas áreas de lo que considerábamos exclusivamente la naturaleza humana. La Ciencia empieza a mostrar que, si bien somos una peculiar forma de vida, no éramos tan especiales como creíamos.

El mundo no se formó expresamente como un instrumento para que fuera disfrutado

También, que el mundo no se formó expresamente como un instrumento para que fuera disfrutado, explotado o maltratado a nuestro antojo. Esa visión es una herencia de la tradición judeocristiana que aún moldea nuestra cultura, y cuyas consecuencias estamos pagando ahora con intereses atrasados en forma del envenenamiento del planeta, el destructivo cambio del clima, y la desaparición de miles de especies. Parece que, finalmente, la realidad nos ha expulsado del último y dulce antropocentrismo que nos quedaba. No somos una especie-país aparte. Ni superior, ni más expuesta al sufrimiento.

Observamos el mundo con una desapegada y saludable objetividad científica que, sin embargo, eludimos volver hacia nosotros. En su lugar, nos aplicamos una nacionalidad  especial, exclusiva para humanos, en la que la compasión y el respeto por la vida sustituyen al crudo rigor científico con el que tratamos al resto de los seres.

Muchos de los que abominan de los experimentos del nazismo con judíos, defienden alegremente esos mismos sufrimientos a los que hoy se somete a los animales de laboratorio. “Es para el bien de la Humanidad”, repiten, como aquellos otros. Y añaden cínicamente: “Ayuda a salvar muchas vidas”.

Manifestación contra animales enjaulados en Barcelona

Manifestación contra animales enjaulados en Barcelona

¿Cuánto vale una vida? ¿Valen unas vidas más que otras? “Nosotros estamos aparte”, insisten. “Somos algo superior. Nacionalidad humana”. Obedientemente, apartamos la vista del abismo, como aquellos alemanes de los años 30.  Pero en nuestro planeta no hay zoopaíses. Si aceptamos la verdad de la Ciencia, solo existe un continuo de vida.

Tuvo que llegar la moda del animal de compañía. Algunos de los animales que  explotábamos como fuente de alimento o fuerza laboral entraron en nuestras casas. La estrecha convivencia con ellos nos fue mostrando con claridad cómo sus necesidades y sufrimientos no eran muy diferentes ni menos intensos que los nuestros. Y así, avanzamos un paso. Pero aún nos resistimos.

Nos permitimos la contradicción de que unas pocas mascotas disfruten de privilegios exclusivos para humanos, mientras el resto del reino animal y el medio ambiente son objeto de la más fría y cruel explotación, supeditada solamente al beneficio económico.

Podéis consentir la el horror de las macrogranjas, incluso transigir con la inminente extinción masiva. Pero, por favor   ¡No comáis perro!

Nuestra condición humana nos debate entre la solidaridad hacia quienes consideramos los nuestros y el rechazo a  “los otros”. El sentimiento de exclusividad, que fundamenta culturas xenófobas, racismos o nacionalismos excluyentes, forma parte de nuestros genes. Y es necesaria una continua lucha cultural dentro de cada uno para hacer prevalecer la justicia sobre la genética. Lo llamamos civilización.

Nuestra condición humana nos debate entre la solidaridad hacia quienes consideramos los nuestros y el rechazo a  “los otros”

Costó muchos siglos de debate intelectual que se aceptase la idea de que todos los humanos anhelan y sufren por igual, y merecen los mismos derechos. Pero la misma lógica que creó el concepto de Derecho y su extensión a toda la Humanidad por su capacidad de sufrimiento, nos empuja irremisiblemente a ampliarlo en favor de todos los seres sensibles por ese mismo motivo. Un paso que ya no podemos soslayar.

El antropocentrismo científico  y muchos políticos ecologistas persisten en la cosificación de la vida no humana, y aún valoran la tragedia de la destrucción medioambiental en términos económicos o  de pérdida para los intereses de nuestra especie.

En el otro extremo, algunos animalistas abrazan una fantasía de pureza natural que parece consecuencia de la enajenación que lo artificial y tecnológico producen en la sociedad contemporánea.

No existe un mandato divino que nos impida  maltratar a los animales, ni siquiera a nuestros semejantes, como ha sucedido, sucede y sucederá tantas veces en la Historia.

Carne de perro en un expositor en Corea del Sur

Carne de perro en un expositor en Corea del Sur

Pero nuestra especie también contiene en sus genes una conciencia ética. Aunque variable según cada individuo, parece puesta ahí por la Naturaleza para compensar el enorme poder destructivo que nos dan nuestra habilidad técnica  y nuestra capacidad de organización. Nadie es insensible a la comprensión de la injusticia ni a la intuición de que todos estamos en el mismo barco. Y que, a la larga, trabajar por lo que es bueno para el conjunto acaba siéndolo para uno mismo.

Se trata de un consenso constructivo por el respeto hacia el prójimo (ahora también animal, e incluso más allá, medioambiental y paisajístico) de lo que necesitamos que se respete en nosotros. La comprensión de que todo ser vivo tiene el derecho a vivir y morir bajo las condiciones para las que la Naturaleza lo conformó. Y que la violación de ese orden por nuestros intereses degrada sus vidas y nuestra dignidad. También que esta consideración es ajena a cuestiones económicas.

Nos encontramos ante el vértigo de otro salto cuántico, como los que trajeron la abolición de la esclavitud

Nos encontramos ante el vértigo de otro salto cuántico, como los que trajeron la abolición de la esclavitud, la declaración de los Derechos Humanos o la lucha por la igualdad entre sexos. Un debate cuyo calado no permite conclusiones definitivas, pero que ya ha empezado y no tiene vuelta atrás.

El verdadero progreso está en avanzar hacia la propia felicidad en tanto que reflejo de la de los demás. Incluyendo a todo lo que vive. Algunos aún lo llaman blandenguería. Su verdadero nombre es Civilización.

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