sábado. 27.04.2024

Chalaneo

La trampa que sostiene el mercadeo de cargos es legal pero grosera. Nuestros votos no deciden.

Los españoles somos gentes de contentar sencillo. Es verdad que luego nos quejamos en los bares con los amigos, pero de primeras tragamos siempre con todo. También con la democracia hemos sabido conformarnos con lo más básico de la idea, que viene a ser participar. A partir de ahí, entre nuestra desidia reivindicativa y la jeta que le echan nuestros representantes, todo son lentejas. Cada cuatro años vamos a votar espoleados por discursos que nunca nos creemos aunque nos engañen. Metemos las papeletas en las urnas con la alegría de poder hacerlo, y sanseacabó. Hemos convertido votar en un fin en sí mismo, que se agota cuando salimos del colegio electoral para seguir paseando, tan campantes, bajo el sol. Así que los partidos políticos hacen con nosotros, y de nosotros, lo que quieren, jamás con más oposición de nuestra parte que un mohín de disgusto, un par de exabruptos, y hasta la siguiente. Ni ellos tienen vergüenza ni nosotros remedio.

Se han repartido alcaldías como quien hace álbumes de fútbol cambiando cromos en una plaza cualquiera de una ciudad cualquiera

La elección de alcaldes, y los acuerdos para elegir gobiernos regionales, son ejemplo vivo de este menú de plato único que nos comemos sin rechistar. Los perdedores se han ido juntando para reunir más manos delegadas y colocar al frente a quienes les ha ido dando la gana. Da igual que la mayoría de las papeletas haya sido para quien ha sido. Ellos cuentan las actas de los electos, que son las que de verdad deciden en esta democracia orgánica constitucional tan particular, y que todos dan por buena cuando les sirve tanto como critican cuando no. El cinismo militante también es un hilo suelto de nuestro modelo de participación en los asuntos públicos. Se han repartido alcaldías como quien hace álbumes de fútbol cambiando cromos en una plaza cualquiera de una ciudad cualquiera. Y se han partido legislaturas a dos años como quien hace el despiece de un cerdo de granja. Qué más dan los resultados. Valen los pactos, que se justifican como haga falta pero en voz baja. Los que los firman en salones oscuros de hotel a horas intempestivas saben que al día siguiente se nos habrá olvidado todo.

El pasteleo para pillar cacho es del todo indecente, y no respeta absolutamente nada. Se truecan unas alcaldías aquí por otras más allá, concejalías de una cosa por las de otra, y gobiernos locales por mesas de parlamentos y ejecutivos autonómicos. Y cualquiera con dos escaños tiene hueco en la primera fila de la casquería. El poder se va consiguiendo al peso, mezclando churras y merinas, y gallinas si hacen falta. Sin sonrojos, sin medias tintas, con la nariz tapada o dando arcadas, sin más horizonte que una legislatura de apaños que nace con otro apaño, como si fuera una manta de esas de retales de los años 70 del siglo pasado, que quitaban el frío aunque fueran feas como un demonio.

Una vez que los partidos tienen el control, nuestra opinión pasa a ser la que ellos deciden que es

La trampa que sostiene el mercadeo de cargos es legal pero grosera. Nuestros votos no deciden. Lo hacen las mayorías que se forman después de que hayamos votado. Una vez que los partidos tienen el control, nuestra opinión pasa a ser la que ellos deciden que es, y que casi nunca es, ni por asomo, la que deciden. A base de mezclar parecidos, incluso de enemigos encarnizados, se homologan sumatorios que solamente tienen en común no ser el otro, el que no llega a su total por los pelos y por eso aun habiendo ganado, pierde. Y con él, nosotros y los suyos, que para redondear la desgracia nos conformamos con algunos obscenos comentarios en el trabajo, tres o cuatro días de mal humor, un par de proclamas sobre la mierda que es el sistema, y a otra cosa, mariposa. Así es la cosa de la democracia, rara. Y así somos nosotros, imbéciles.

Chalaneo