jueves. 02.05.2024

Don Juan Carlos

Abrir en canal a la gente es deporte nacional casi subvencionado, hasta que la víctima se muere, y entonces vuelven los desgarros y las pasiones, que aquí somos de enterrar muy bien, como decía Rubalcaba.

España es un país con las tripas constantemente al aire y en ebullición, un estado emocional que siempre viene de perlas para desviar atenciones y hacer de la capa un sayo. También es un país con la memoria frágil, y una rotunda capacidad para destruir prestigios, construir insidias, agrandar defectos y poner en tela de juicio todo lo que solo unos días antes era motivo de orgullo colectivo y de concentraciones tarareando el himno nacional (nana nana...) y meneando banderas. Abrir en canal a la gente es deporte nacional casi subvencionado, hasta que la víctima se muere, y entonces vuelven los desgarros y las pasiones, que aquí somos de enterrar muy bien, como decía Rubalcaba.

Tenemos algunos héroes, pero muchas veces lo son solo para un rato. Y basta que nos digan un par de veces o tres que los dejemos a los pies de los caballos, porque si o con razón pero sin tener en cuenta antes todos los datos, para que nos falte tiempo para hacerlo y nos sobren las energías. Destruir el prestigio de alguien por un poco, incluso por nada, es proporcional a la cantidad de gente dispuesta a ello sin juicio de valor sobre el todo que valga. Como pueblo soberano somos muy de tener razón, caiga quien caiga, y la tengamos realmente o no.

Desde hace más de un año estamos asando al Rey Juan Carlos a fuego lento y en su propia salsa

Desde hace más de un año estamos asando al Rey Juan Carlos a fuego lento y en su propia salsa. Cada dos o tres meses alguien añade carbón a la barbacoa, mientras muchos de los que hace años le gritaban "guapo, guapo" por la calle, y otros tantos de los que hacían cola en los eventos oficiales para doblar el lomo estrechándole la mano, ahora le llama ladrón, dando oxígeno a la fogata, y hacen chistes sobre su estancia en el extranjero y las visitas de sus hijas. Y todo sobre evidencias sin contrastar en un juzgado, que es donde se deben celebrar los juicios de verdad, sin que él pueda defenderse y con las razones de Estado como excusa para mantenerlo en la cazuela, al albur de más especulaciones y haciendo el caldo gordo a los que, aprovechando que el Pisuerga pasa por Valladolid, ponen en cuestión el sistema constitucional porque ni les convence ni les viene bien.

En democracia es posible juzgar a todo el mundo, incluso sin base alguna para hacerlo. En España hay programas de televisión que, entre propuestas de alimentación saludable, anuncios de colchones y chascarrillos sobre los famosos que salen en las revistas y viven del cuento, lo hacen como si fueran el Tribunal Supremo. Aquí la Justicia es lenta, y a veces difusa, pero termina siendo implacable y eficaz. Tanto o más que la de los magazines y la barra de los bares, por muchos que allí dicten sentencia con las tripas y a gritos, y sin defensa del acusado. Faltaría más que cuando el pueblo habla por boca de cuatro iluminados no fuera a tener razón.

Poner en tela de juicio el legado político del Rey Juan Carlos, que a la postre es lo que han conseguido que se esté haciendo en eso que se llama la "agenda política", es una estupidez, probablemente tan gruesa como negar sin más lo reprobable de todo eso que nos cuentan que ha hecho con dinero que no era suyo, o que si lo era no estaba ganado honradamente. Don Juan Carlos merece una profunda revisión judicial contradictoria de algunos de sus comportamientos, que parecen, cuando menos, poco éticos. Pero también un juicio histórico sosegado y ecuánime en el que se sopese sin ardores ni calenturas su trabajo por la democracia y la modernización de España después de la dictadura. No vale poner a Corina, Lucum o los Emiratos y los dólares de sus emires por encima de todo lo correcto que don Juan Carlos ha hecho desde 1975 y que nos permite estar donde estamos. Lo que está mal, está mal (y cuando un juez lo diga, por cierto), pero lo que se hizo bien ni puede ni debe soslayarse. Y usarlo como excusa para justificar eso de que todos lo hacen, o de que con la república esto no hubiera pasado, es tan simple como infantil. A cada uno lo suyo y en su justa medida. Si se hace con Messi, ahora que ha dejado el FC Barcelona, con don Juan Carlos también.

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