domingo. 28.04.2024

Fitur, políticos, Cantabria

Para saber el grado de mediocridad de un político solamente hay que observarlo cuando parece que esta haciendo algo de valor, aunque sólo sea estar, sin más actividad que esa, que también, además, es lo más habitual.

He vuelto a FITUR. Voy cada año, y el primer pabellón que visito siempre es el de Cantabria.  Me conecta con mi tierra en un plano emocional que está muy por encima de la insuficiencia material en la que percibo la región desde la distancia. En esta edición he ido do veces, y bien es verdad que en la primera de ellas llegar a esa altura espiritual no me ha sido posible. Coincidía con el Día de Cantabria en la feria, y en el stand no cabía un politicucho más. La fauna era tan diversa como lo son sus deficiencias cotidianas. Estaban Revilla con su show y sus candidatos a la sucesión, alcaldes y diputados del PP hinchados como pavos que se estrenan como mandamases, y algunos socialistas de los que arrastran la pena y las desgracias por donde pasan por mucho que todo sean sonrisas. Si de natural el circo que monta esta gente es de tres pistas, cuando están todos juntos de buen rollo y rodeados de prensa se convierte en el del Sol.

Para saber el grado de mediocridad de un político solamente hay que observarlo cuando parece que esta haciendo algo de valor, aunque sólo sea estar, sin más actividad que esa, que también, además, es lo más habitual. Cuanto más notan que los miran, cuanta más atención parece que les prestan, más pagados de sí mismos se sienten, más se elevan sobre los demás y, entonces, más triviales e insustanciales demuestran ser. Los buenos representantes son discretos. Los malos lo son escandalosamente pretendientes de un protagonismo personal tan vulgar como desmerecido. Les delata todo. El lenguaje corporal, el tono de voz, los movimientos, hasta la ropa. Hay un diputado nacional por Cantabria que es la indubitada demostración de este argumento, que por supuesto estaba pavoneándose en FITUR. Los políticos de medio pelo se hacen notar en todas partes, especialmente cuando están con más como ellos en feroz competencia por ser el primero en incompetencia e inutilidad. Encantados de haberse conocido y tan felices.

El nuevo slogan para la promoción turística de Cantabria es “El camino continua”. Me he leído el argumentario de la ocurrencia en un diario regional que obtuve de regalo, y me he enterado a medias. El papel lo aguanta todo. Y la moqueta. Estoy seguro de que los que estaban de farra en el pabellón jaleaban las explicaciones y asentían como solamente saben hacer los pelotas, entendiendo tanto como yo. Los días regionales de FITUR están mucho para eso, para que los directivos locales salgan de casa y caminen a 20 centímetros del suelo como si acabaran de caer del mismísimo cielo. Para palmadas cómplices en la espalda, risas más falsas que un billete de 15 euros y compadreo incluso entre enemigos que frente al flash de una cámara disimulan torpezas intelectuales para dar normalidad a lo más anormal de todo, que son ellos mismos. A un tonto nunca se le acaba el camino, aunque se agote la linde.

Se agradece que después del catering y las fotos, los aplausos y los abrazos, idos los políticos, todo volviera a su ser. Al día siguiente, primer día para el público, no quedaba rastro en el pabellón del paso de la miseria. Suele también suceder. En FITUR y allí donde los políticos monten un espectáculo de autobombo. Cuando hay que juntarse con el vulgo, hacen cri cri y se retiran a descansar el agotamiento que les produce la futilidad. Aunque casi mejor así. En el stand había pulseras para todos, folletos ordenados y una masterclass para aprender a hacer sobaos. Sin las brumas espesas de la insustancialidad de los políticos siempre se disfruta todo mucho más. Exento de figurines y fantasmas, el pabellón de Cantabria era Cantabria.

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