jueves. 02.05.2024

Panamá

El drama está en que, sea como sea, Osborne y Soria se lo llevan caliente, y el resto nos quedamos con un palmo de narices escuchando sus fraudulentos discursos y sus alevosas excusas. Y ya mañana, si eso, será otro día.

No me gusta Bertín Osborne. Siempre me ha parecido un tipo rancio y derechoso, como detenido en todo su estilo en la España artística oficial de los 70. Tiene la campechanía de los que van de sobrados pareciendo medio tontos,  y un saber estar fino pero inculto al mismo tiempo. El otro día le he escuchado dando explicaciones de para qué tiene una empresa en Panamá y por qué piensa él que no es nada malo, y por un rato, hasta que se ha reído como si estuviera en esa despedida de soltero permanente en la que parece que vive, me ha cambiado la percepción. Ha sido capaz de defender su posición con seriedad y argumentos simples pero cabales, con un discurso estructurado y con razones ramplonas pero coherentes. No comparto el fondo de sus excusas, pero las ha expresado con honestidad, y ese mérito al menos debe reconocérsele.

Soria se ha enrollado la soga de la mentira con tantas vueltas como veces se ha excusado

Tampoco al exministro Soria le soporto. Me recuerda tanto al presidente Aznar que me recorre un escalofrío por la espalda cada vez que le veo. Tiene un cierto aire siniestro que dice que no es de fiar. También él sale en los papeles de Panamá, y además le han descubierto una empresa en Jersey. Pero a diferencia de Osborne, que ha ido de frente con esa hombría torera de señorito campestre tan suya, Soria se ha enrollado la soga de la mentira con tantas vueltas como veces se ha excusado. Cada explicación por cada papel y cada firma a los que se ha enfrentado le ha ido hundiendo más y más en ese pozo de fecales de la falsedad envuelta de argumentos de honor al que tantas veces acuden los políticos para darnos por tontos. Soria se ha explicado con la soberbia del que se cree por encima de los demás, negando las evidencias teniéndolas delante, con esa actitud tan de la tradición conservadora española de negarnos capacidad de discernimiento, y de entendimiento. Y así le ha ido, que ha tenido que salir por patas denostado incluso por los suyos, porque de donde no hay, no se puede sacar ni justificar.

Dicen que Bertín Osborne canta bien. Puede ser. Desde luego como sí que se apaña es encandilando con la mediocridad carpetovetónica de las revista del corazón y los programas de televisión de los domingos por la tarde. Cuando ha tenido que dar la cara, lo ha hecho con la sinceridad del lento de pensamiento, con el morro por delante. Soria es un cara dura vestido de servidor público que es a la vez el dueño del cortijo, y que debiendo hacer lo que ha hecho Osborne, se ha visto empujado a dimitir porque ni de lejos ha engañado a nadie ni siquiera pasando por un memo. Con todo, el drama está en que, sea como sea, los dos se lo llevan caliente, y el resto nos quedamos con un palmo de narices escuchando sus fraudulentos discursos y sus alevosas excusas. Y ya mañana, si eso, será otro día.

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