La luz
Alguna vez he intentado entender una factura de la luz, y lo he tenido que dejar por imposible.
Alguna vez he intentado entender una factura de la luz, y lo he tenido que dejar por imposible.
No me cabe la menor duda de que tu encanto personal, que ya sabes que creo que es pura fachada que ya no te hace falta cultivar porque has trepado a donde querías, se esfumará tan pronto te puedan la soberbia y esa creencia tan tuya de estar de sobra capacitado para lo que haces.
Llegar a viejo estropea cuerpo y mente. Ser consciente del alcance de las limitaciones de cada uno es siempre un modo muy prudente de entender la vida y de caminar por ella. Pero serlo cuando uno va llegando a la tercera edad es también absolutamente necesario para no caer en el esperpento.
Cada vez que viajo saludo a menos gente. Excluidos los que no se lo merecen, quiero creer que el resto han huido para mejorar. Volverán, como yo, cuando el balneario en el que se ha convertido la ciudad les sostenga la salud, y no les coma, como ahora, la vida.
De la Serna siempre picó alto, y cualquiera lo notaba. La ciudad hacía tiempo que se le había hecho pequeña. Es lo que tienen los engreídos, que enseguida que ocupan un puesto creen cumplida su misión en él y quieren pasar al siguiente.
Lo esencial se ha quedado para la lírica. Que pregunten en el PSOE, que vive su enésima revolución repitiendo escenas de los 90, pero con muy peores intérpretes. Lo de hoy es un remake cutre y casi que sin gracia, en el que parecen defenderse diputados y subvenciones.
El metro ligero es un proyecto bien vistoso, muy del gusto de alcaldes como el de Santander, que fían su gestión a los planos de colores y las maquetas de proyectos tan pretenciosos como prescindibles, pero que se venden bien porque parecen más útiles que la mejor gestión de lo que ya se tiene.
Lamentablemente, nuestros representantes visten como se comportan, y lo hacen con simpleza, antigüedad y falsa progresía. Y lo más terrible de todo es que nos representan igual que visten: con poco arte y mucho desaliño intelectual. Estamos apañados, y perdidos, porque esto del malvestir es una costumbre muy mala de quitar.
Los socialistas en el ayuntamiento no llevan remedio. Como la Feria de Santiago, que va camino de acabar siendo nada. Los toros les han dado un revolcón, y han destapado las malas artes y la peor baba que se gastan los que mueven el cotarro. Llevan años ganándose a pulso la irrelevancia que proyectan.
Yo ya he votado. Por correo, que así no estoy pendiente el 26, no sea que haga bueno y se me estropee el día. Me atormenta además el ruido de los colegios electorales. Hay tanta pasión por votar que a la gente se le desborda y el runrún se hace molesto.
Toda la revolución al sistema que han traído ha sido la vieja estrategia partidista de los vetos al contrario y el cambalache de sillones. La falta de respeto a los votantes es de tal calado que la divergencia de intereses entre ellos y nosotros se ha convertido, directamente, en la desconexión más absoluta. Y ahí está mi elección. A falta de otra cosa, por mí que le den por el saco al sistema y a los que le mangoneaban.
El drama está en que, sea como sea, Osborne y Soria se lo llevan caliente, y el resto nos quedamos con un palmo de narices escuchando sus fraudulentos discursos y sus alevosas excusas. Y ya mañana, si eso, será otro día.
Hacer pancartas está sobrevalorado, pero De la Serna no lo sabe. Ha cogido por los cuernos la liebre de su enfado y de cuatro de los suyos, los que más se aburren, a cuenta de una cosa importante pero menor. Como si la ciudad tuviera resueltos sus problemas de verdad, los del paro, la marcha de la juventud o el envejecimiento de la población.
En Santander, los plagios del gobierno local son selectivos, y cosmopolitas y plurales, como la ciudad misma. El del contrato para elegir imagen, un poco tirando a cutre aunque caro. Lo del metro-bus tiene más altura, pero no menos delito.
La elecciones tienen una suerte de efecto motivador en todas las formaciones políticas que les dura hasta que empieza la liga, llega agosto y el verano, o se avecinan las Navidades. La autocrítica no está entre las costumbres de los que nos gobiernan o nos quieren gobernar.
La Iglesia es el vehículo que articula la fe de los católicos y dicta sus normas teológicas y de funcionamiento, pero no un referente obligado para quien gobierna al que acudir en busca de autorización y beneplácito.
Aceptó presentarse para perder, y ahora que otros con tan poco apoyo como el suyo se han aupado al gobierno, le han abandonado a los leones de la oposición sin cobertura.