La política suele ser el más fiel reflejo de la miseria que nos rodea, unas veces porque elegimos a los peores, y las otras porque los mejores se transforman en unos mierdas.
El esfuerzo del gobierno por convencernos de que este no parar del precio de la electricidad es solamente flor de un día, y que en nada lo van a bajar, sin decir quién ni cómo, no cuela.
Nos tuvimos que acostumbrar al teletrabajo a la fuerza. En 2019 ya éramos un país laboral vanguardia (desde luego) pero no tanto, y la posibilidad de que la gente trabajara en casa (o en un bar, que mientras se trabaje el sitio es lo de menos) apenas se apuntaba en los libros blancos esos que sirven para gastar presupuesto en pensar y dejar los pensamientos por escrito por si acaso, y en la imaginación de los más modernos, que son los que viajan, y a los que, por cierto, nunca preguntan para hacer los libros blancos.
No me fío de las cosas electrónicas ni de los procedimientos automáticos, ni consigo imaginarme con una perspectiva positiva el resultado de cualquier acción técnica.
Reclamar es un esfuerzo ímprobo que acaba invariablemente chocando con el muro de la burocracia de los mil escritos, las dos mil instancias y casi siempre el silencio final, que es al tiempo lo que a nosotros nos desincentiva para protestar y a ellos les motiva para seguirnos mintiendo.
La clase política en España no suele estar nunca a la altura. Son bestias de mira corta que se preocupan mucho por lo suyo y por lo de los suyos, y poco por los demás y por lo de los demás.
El concepto de ciudad de Gema Igual es cortoplacista y reducido, como de pueblo, sin más ambición que la de sobrevivir, y sus capacidades para gobernar una capital de comunidad autónoma de 175.000 habitantes igual de limitadas
Todo fue real, aunque cuando todo pasó, la gente siguió riendo y saliendo y juntándose como si nunca hubiera pasado nada.
Los rebrotes de la desgracia han llegado de la mano de las reuniones familiares, y del ocio. Del nocturno, porque todo el monte es orégano y lo de reducir clientes y mantenerlos separados, pío pío. Y del diurno, porque mejor 30, que 20, y 20 que 10, desde luego.
La gente se ha lanzado calle abajo a velocidad de vértigo para volver a lo de antes, aunque dándose hidrogel en las manos y con la mascarilla protegiendo los codos. O sea, la ruta más directa para otra ola de contagios a destajo.
La fraternidad ha estado a flor de piel, desde luego, porque está en la condición humana. Pero también la miseria lo está, y a medida que pasan los días va ganando terreno. La bajeza moral que convierte en magistrado social a cualquier indigente intelectual explota con la debilidad del todo, que siempre es la de sus partes.
De la que volvamos a ser normales, me quedarán de este tiempo los aplausos de las 8, los vídeos de los curados saliendo de los hospitales de campaña, el ejército ayudando, la solidaridad vecinal. También el descontrol logístico, la falta de intendencia, la inquina indecente de los políticos, la desvergüenza ideológica de alguna prensa.
Con la excusa de las coyunturas, los ciclos y su santísima madre, los empleados mantenemos nuestros contratos siempre de milagro.
Nos pasa mucho de lo que nos pasa porque nos callamos lo que sale mal, lo que nos venden mal, a los que nos tratan mal, o lo que no funciona. O lo que es peor, se lo contamos al camarero, a nuestro cuñado, a unos compañeros de trabajo, a nuestras parejas, y no presentamos las quejas ni en donde nos maltratan ni ante las administraciones que deben protegernos.
Soy fan de toda esa gente que hace las cosas absolutamente convencida de que está sola en el mundo, y que te mira sin verte, te empuja sin
notarte y pasa por delante como si no existieras.
Lo laboral es un campo de minas ideológico en el que siempre pierde el empleado. Para la derecha, los trabajadores son la excusa de los empresarios para hacerse ricos. Para la izquierda, la patronal es la causa de todos los males de los obreros.
Si las cosas van como parecen, vamos a terminar el año gobernados por las izquierdas, con las derechas centrándose, ladrando y en descomposición respectivamente. El experimento sociológico de hacer que unas elecciones generales sean como escoger libro en un club de lectura le ha salido mal a Sánchez.
La Memoria Histórica es una deuda de honor que tiene España consigo misma, y, por encima de todo, con los represaliados y muertos del franquismo y sus familias.
Pedro Casares, el enésimo fracaso del socialismo cántabro por alumbrar un líder que se convierta en referente de la izquierda con el cuajo y la inteligencia suficientes para conquistar algún día el gobierno local, ha puesto pies en polvorosa.
Nuestro país es una tontocracia de manual, con los tontos en la parte alta de una empinada cadena trófica que nos obcecamos en sostener consintiendo la tontería como si de verdad nos fuera la vida en ello, y dejando que nos lleve por delante, que es el camino de la amargura.
Santander vive unos “baños de ola” permanentes, tan cutres como la fiesta municipal. Nada que ver con aquello de principios del siglo XX. Si acaso la mentalidad de los santanderinos.
La trampa que sostiene el mercadeo de cargos es legal pero grosera. Nuestros votos no deciden.
Doña Letizia ha profesionalizado el saludo sin mirar y la mirada sin ver hasta parecerse más a su muñeco del museo de cera que a, pongamos por caso, la Reina Sofía, que está más entrenada, lo hace mejor, y por eso parece más reina.
Renfe anuncia de vez en cuando vistosas promociones comerciales, que suelen limitar al AVE, ese invento del maligno que se repartió asimétricamente por España, prometiendo llevarte de unos (algunos) sitios a otros (también algunos) a todo correr.
Con pocas cosas como con un libro alguien puede ser capaz de evadirse, de imaginar otros tiempos y otros espacios, de vivir las vidas de otros. Pero también de cultivarse, de aprender y de adquirir conocimientos, y de instruir el pensamiento.
Los mítines son un circo de tres pistas para convencidos, que se prestan al espectáculo a cambio, en el mejor de los casos, de un apretón de manos del candidato, y con seguridad, de un banderín de plástico que deben agitar cuando suena la música. Antes regalaban también pegatinas y llaveros, pero la crisis se llevó eso por delante.
Las elecciones del 28 de abril podían haber sido la oportunidad de cambiar esa tendencia de hacer del Senado un desguace, inútil y caro. Pero los partidos siguen teniendo sus tendencias, que no pasan precisamente por prestigiarlo, por mucho que digan otra cosa.