sábado. 04.05.2024

Andar sobre nuestra esencia, sobre nuestras costumbres. Sin tocar el suelo, aupados a un palo con historia propia. Así lo hacen los saltadores pasiegos que aún sobreviven en la región. Mientras la hierba de los prados cántabros siga creciendo sobre los surcos que deja el paso de un saltador pasiego, Cantabria mantendrá su herencia. Aferrados a la misma vara que fue extensión de las piernas de sus antepasados, los actuales saltadores luchan por sostener el pulso cada vez más débil de una tradición condenada a desaparecer. Son pocos, pero con una enorme responsabilidad, la de mantener el latido de lo que somos ante unos apoyos que escasean. 

De modo de vida a deporte abocado a la muerte, el palo pasiego nació para permitir al ganadero desplazarse por los lugares del entorno de sus cabañas que descansaban entre la complicada orografía pasiega, entre los siglos XVI y XVIII. Posteriormente, se convirtió en entretenimiento y ahora más de 300 años después puede transformarse en pasado. El pueblo pasiego es origen, carácter y raíz, y el salto que lleva su nombre, uno de sus signos de identidad. En el año 2015 el Gobierno de Cantabria declaró el ‘palu’, el salto pasiego y sus modalidades como Bien de Interés Local Etnográfico Inmaterial. Más de seis años después, este deporte rural sigue en declive y sobrevivirá mientras persista la afición de una decena de saltadores que llevan el amor a las tradiciones de su ‘tierruca’ por bandera.

“Es una afición que o sale desde pequeño o es muy complicado sacarlo adelante porque no es algo para vivir de ello"

Benigno Fernández Pérez tiene 28 años y es uno de los saltadores más jóvenes de la región. Desde Esles de Cayón, mantiene viva una tradición que ha mamado desde pequeño. Benigno quiso seguir los pasos de su padre, quien también lo practicaba, y espera que sean ahora los más jóvenes quienes cojan ese relevo generacional que lo haga inmortal. Aunque “desgraciadamente”, lamenta, “es muy complicado”. “Es una afición que o sale desde pequeño o es muy complicado sacarlo adelante porque no es algo para vivir de ello ni mucho menos. Se va a perder”, afirma.

Fernández es Campeón Regional de una de las modalidades del salto pasiego, la comúnmente conocida como ‘andar en el palo’. “Medido he llegado a andar 82 metros, pero he recorrido más distancia”, cuenta Fernández. 

Además de esta, existen tres modalidades más. La primera es el salto con palo. “Antiguamente eso lo hacían los ganaderos cuando iban con el ganado al monte para saltar arroyos, paredes, etc. y luego como forma de distracción mientras cuidaban el ganado en el monte. Se juntaban unos cuantos y de ahí salió la competición”, explica. 

Otra de las variantes es ‘rayar el palo’ y consiste en coger el palo, tumbarse hacia delante y levantarse con una mano. La mayor dificultad está en bajar y subir con una mano. “Ahí el que más alto sea tiene más ventaja”, señala. Por último, también se practica el conocido como ‘saltar a tres brincos’, similar al triple salto en atletismo.  

Benigno en una de las fiestas populares practicando la modalidad de 'rayar el palo'.
Benigno en una de las fiestas populares practicando la modalidad de 'rayar el palo'

Actualmente practican este deporte en Cantabria alrededor de diez personas

El lastre más pesado a sus espaldas es la falta de apoyos y de arraigo entre los jóvenes. “Ahora la juventud está con el móvil y la tablet”, se lamenta. Actualmente practican este deporte en Cantabria alrededor de diez personas. “Yo soy de los más jóvenes junto con otro chico de Cayón que tiene 15 años, aunque ahora no se si continúa con ello”, afirma. Su único escaparate son las fiestas populares y debido al Covid ni siquiera cuentan con este medio de visibilidad actualmente, pues “llevan más de dos años sin hacerse”, subraya. Las competiciones se practican en fiestas populares como la de Valvanuz en Selaya, La Virgen de Valencia en Vioño o el Día de la Fiesta del Orgullo Pasiego en San Roque de Riomiera. Además “no contamos con ningún tipo de apoyo institucional”, remarca.

El salto pasiego es un deporte tradicional desconocido no solo a nivel nacional, sino también en nuestra propia comunidad. Encontrar a alguien que lo practique resulta difícil, pero incluso el saber de su existencia es una asignatura pendiente entre los más jóvenes. Sin embargo, deportes rurales de comunidades vecinas como el corte de troncos vasco han logrado salir de sus fronteras y darse a conocer. Y es que, “en Cantabria no se conocen sus tradiciones. En el País Vasco apoyan más lo suyo. Aquí esto no lo ha apoyado nadie ni creo que lo vayan a apoyar, porque ya lo tenían que haber hecho”, sostiene Benigno, que apunta una posible solución, la creación de una escuela que difunda nuestras tradiciones. Para él, hablar de futuro es hablar, muy a su pesar, de una realidad triste y una herencia cultural vacía sin el salto pasiego: “O cambien mucho las cosas -y no creo que cambien- o se pierde”.

Apenas una decena de cántabros luchan aferrados a un palo y una vocación en peligro de extinción por dejar la herencia más preciada que un pueblo puede legar a sus paisanos, su identidad. Ellos bien saben que perderla sería robarles su memoria.

El salto pasiego, la identidad de un pueblo abocada a desaparecer
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