viernes. 03.05.2024

El hombre caminaba y tenía sed. Las suelas de sus botas estaban tan desgastadas como el enlosado de una cárcel. De allí venía. Una luz cegadora procedente de un sol abrasador le impidió continuar su cansino andar entre montículos de arena y cactus.

Por un golpe de suerte apareció una mujer de figura esbelta y mirada sonriente. Él reaccionó con un temblor de manos: acarició su largo cabello mientras bebía una taza de agua que ella le volcaba con cuidado en su boca. Se sofocó al ofrecerle leche de uno de sus pechos. Probó de su pezón.   

Desapareció la joven muchacha al oír el llanto de un bebé. Al fondo de la ruta árida le esperaba un oasis al caminante solitario, hecho de parches y heridas metálicas.

El caminante silencioso
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