sábado. 27.04.2024

Hija de padres emigrantes, Lucila Martínez pasó la juventud entre su Barranquilla natal, en Colombia, y Venezuela. Fue en la última que formó una familia y desde donde, con 52 años cumplidos, tuvo el coraje de venir a un país nuevo con la aspiración de ofrecer a su hija menor una vida más tranquila. Hoy cuenta con orgullo lo contenta que está Camila estudiando Filología en Salamanca, mientras ella disfruta de la seguridad y las certezas que tiene en Cantabria, de los hermosos paisajes y de los paseos por el mar. Solo le queda una tarea pendiente: traer a su marido con ellas. 

¿Cómo fue empezar una nueva vida sola con tu hija?

Para mí la separación fue durísima. Pero lidiar con lo duro que ha sido para la niña, que a los 15 años la saqué de su entorno y la arranqué de su grupo de amigos con los que estudió desde primero de primaria… eso fue más duro que el hecho de adaptarme yo misma al nuevo ambiente. 

Es un tema de adaptación y de crecimiento. Los primeros dos años fueron difíciles, sobre todo para ella que no encajó bien en el instituto, pero luego comparas la tranquilidad que tenemos en España y el hecho de que aquí con mi trabajo nos podemos mantener, tenemos seguridad, comemos bien... Y una cosa con la otra, vale la pena. 

Ilustración de la artista Paula Vallar que refleja la historia de LucilaIlustración de la artista Paula Vallar, que refleja la historia de Lucila

¿Cuál fue tu primera impresión al llegar?

La verdad es que todo fluyó mucho más rápido de lo que yo esperaba. Nosotras llegamos a Madrid a finales de octubre, pedimos la cita para solicitar asilo y nos dieron para febrero. Como no habíamos traído dinero para mantenernos tanto tiempo, fuimos a una oficina a pedir ayuda y entonces ocurrió un milagro, como yo digo, de Dios que siempre anda metiendo las manos. Parecía que no quedaba hueco en ningún sitio para entrar al programa de ayuda, y de pronto la trabajadora social revisó y me dijo que casualmente acababan de abrir una plaza para dos personas en Polanco. 

Yo ya me había mentalizado de que las esperas iban a ser más prolongadas, entonces me sorprendió muchísimo. Deseé que todo fuera bien y que fuera una buena ONG. Porque trato de no hacerme expectativas muy grandes, pero tampoco soy muy negativa en estas cosas. Resultó que era una ONG estupenda y recuerdo que cuando llegamos en tren a Santander había salido el sol. 

En Venezuela a las 18:00 horas te tienes que meter en tu casa y no sales

¿Y qué fue lo que más te gustó de España?

Hay una cosa que es muy valiosa y es la seguridad. Nunca se me olvidará cuando aún estábamos en Madrid y un día se nos hizo tarde cenando y tuvimos que volver en metro a las afueras casi a medianoche. Yo iba sentada y se subieron unas señoras, ya mayores, que venían de una fiesta. Maquilladas, emperifolladas y puede que con alguna copa de vino encima, por el escándalo que montaban. Yo veía a las señoras felices, solas de noche en el metro, y pensaba que en Venezuela a las 18:00 horas te tienes que meter en tu casa y no sales. Eso fue nuevo para mí. 

También fue nuevo, por ejemplo, que respeten los pasos peatonales y poder cruzar tranquilo sabiendo si viene un coche. Esa cosa tan simple, allí en Venezuela no se da. Esas cosas cuando no las has tenido las valoras mucho. 

A eso le tienes que agregar el país que es nuevo, las costumbres que son nuevas, que también empiezas a aprender cosas que no sabías. Y los paisajes maravillosos que tiene Cantabria, que eso es una hermosura.

¿Se parecen esos paisajes a los de tu tierra? 

A pesar de que hay playa, todo lo demás no. Esto era nuevo. Yo nunca me imaginé que iba a decir a estas alturas que me gustara el mar en invierno. Porque en Barranquilla siempre es verano, allá siempre hace sol, el mar es el mismo igual siempre y el agua del mar es caliente. 

Yo aquí no me he metido en el agua, demasiado fría para mí. Pero amo el mar en invierno, me encanta. Cuando tengo la oportunidad de venir a Santander durante el día y me puedo escapar me voy al Sardinero y me recorro la playa, así vestida, me encanta. ¡Imagínate tú! Una mujer que nació en el trópico y que se da cuenta que el mar en invierno es hermoso.

lucila

¿Sientes que has dado con buena gente aquí en Cantabria?

Sí. No es que no me haya encontrado con mala gente, es que han sido muy pocas las personas malas con las que me he tropezado. No sé si es que tengo un imán, que es una cosa que se atrae… pero yo generalmente me consigo con buenas personas.

Mi marido todavía está allí, eso es duro, ya tres años es mucho tiempo

Y con tu gente en Venezuela, ¿te comunicas a menudo?

A mí me gusta mucho tomar fotos, vivo tomando fotos todo el tiempo. Y bueno, en un sitio nuevo que no conozco más fotos todavía. Entonces yo desde el principio publico fotos en redes sociales todos los días y ellos las ven. El chalet donde nos mudamos al principio en Polanco, por ejemplo, recuerdo que era una cosa hermosa, bellísima.

Al inicio la familia me preguntaba mucho. A medida que ha pasado el tiempo allá también se han habituado más al hecho de que yo ya estoy tranquila aquí. Pero mi marido todavía está allí, eso es duro, ya tres años es mucho tiempo.

¿Dónde te ves a medio plazo?

A mi marido me lo voy a traer, aunque sea difícil, yo a Venezuela no regreso. Al principio recién llegada pensaba que en algún momento a mi hija le podía dar por regresar, pero ya Camila está estudiando la carrera en Salamanca y tiene un novio español, entonces no lo piensa. Cuando Venezuela esté en mejores condiciones y se pueda ir a visitar, iría por un tema de turismo y de ir a ver a los amigos. Pero solo por eso. No me veo regresando.

De toda esta experiencia, ¿qué te llevas?

Son muchas cosas las que aprendes, pero yo creo que lo que más valoro es darle tiempo al tiempo. Yo solía ser muy de querer resultados inmediatos y de hacerme expectativas que después no se cumplían. Todo esto me ha enseñado a ir paso a paso, sin prisa y sin pausa.

Me ha enseñado a confiar también. El ambiente de Venezuela te hace ser muy desconfiado. La desconfianza es enorme, pero es que es un método de defensa, allá tú tienes que vivir defendiéndote. Me ha tocado desaprender eso y aprender nuevamente a confiar. A confiar en muchas cosas, a confiar en las personas y a confiar en el Estado. A ver que este Estado, a pesar de todos los problemas que pueda tener, funciona y funciona mucho más de lo que el español imagina. 

Me quedo pensando en lo poco que tiene uno allá, entonces cuando tienes esto lo valoras, y ese valor solo se entiende y se dimensiona cuando has estado en la escasez. Eso es parte del aprendizaje.

“Nunca imaginé que iba a decir que me gustara el mar en invierno”
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