lunes. 29.04.2024

La falsa felicidad y las relaciones

Pocas veces nos hemos parado a pensar que consumimos el espectáculo de la vida “feliz” de los otros, especialmente de los “famosos”, o bien de nuestros propios “contactos”

En los tiempos del presente más convulsos y también más sorprendentes asistimos a un exacerbado exhibicionismo de una felicidad que sin tapujos se puede denominar como de artificial y apañada, fingida y adulterada, contrahecha y convencional. Y es así, por ejemplo, como existe la necesidad de mostrar por todas partes que una persona es muy feliz, y que, además, se lo pasa muy bien.

Las imágenes retocadas en las redes sociales, así como la selección de los momentos más “singulares” y “paradisíacos” muestran a todo el mundo, y por todas partes, lo bien que una persona vive y se lo pasa, y esto es lo que el filósofo francés Gilles Lipovetsky denomina: “la super exhibición de la felicidad”. Filósofo que en sus principales obras, en particular en “La era del vacío”, analiza lo que se ha venido últimamente a considerar como la sociedad posmoderna, con temas recurrentes como el narcisismo apático, el consumismo, el hiperindividualismo psicologista, la deserción de los valores tradicionales, la hipermodernidad, la cultura de masas, etc.

Existe la imperiosa necesidad de reflejarlo todo, de contarlo todo, de exhibirlo todo, de exponerlo todo, de categorizarlo todo

 Y es que parece ser que pocas veces nos hemos parado a pensar que consumimos el espectáculo de la vida “feliz” de los otros, especialmente de los “famosos”, o bien de nuestros propios “contactos”. Es así como al hacer alarde de la satisfacción y la complacencia, automáticamente una persona adquiere el derecho de la ciudadanía, y así es como las vacaciones fueron, por ejemplo, “geniales”, nuestros hijos “son los más listos”, nuestro trabajo es el más “apasionante”, y al final la vida que llevamos es, sencillamente, “la más increíble”, y por supuesto, absolutamente “la más esplendorosa que nunca antes podríamos haber imaginado”.

Existe, por lo tanto, la imperiosa necesidad de reflejarlo todo, de contarlo todo, de exhibirlo todo, de exponerlo todo, de categorizarlo todo… y claro, también de fanfarronearlo y presumirlo todo continua y constantemente sin parar y sin freno.

Hemos pasado, por lo tanto, de buscar prudentemente la “felicidad”, a proclamarla a los cuatro vientos en las redes sociales para, al final, reducirla ésta a la más vergonzosa y simple “imagen” de la más deshonesta e indecorosa “fachada”. Así es como la publicidad la ha convertido en un producto de mercado, y es así, y de esta manera, como las empresas la utilizan como una herramienta funcional para obtener mayor productividad y rendimiento. Asistimos por lo tanto a una presión social por y para ser feliz, o por al menos aparentarlo. Una realidad esta que ciertamente antes no existía, y que ni tan siquiera alguien antes se podría haber imaginado.

Esta nueva y sorprendente realidad claramente no significa que seamos cada vez más felices y bienaventurados, más dichosos y boyantes, más prósperos y afortunados. No, pues al contrario cada vez se crean y se generan mayores “dramas”, y cada vez también más grandes y frustrantes “relaciones existenciales” y “provisionadas”.

Aristóteles escribió con claridad que la mayoría de los hombres se equivocan cuando sitúan la felicidad en el éxito personal, en la riqueza o en el honor. Y se equivocan porque todos estos objetivos son efímeros, demasiado materiales, y, además, nos obligan a vivir pendientes de ellos; con el constante temor a perderlos en algún momento y circunstancia.

La ética de Aristóteles se propone en este sentido explicar que solo intentando vivir moralmente y como es debido se puede ser feliz y auténtico. Por lo tanto, el sentido original de la palabra que traducimos por felicidad se refería en los antiguos filósofos griegos a una “vida humana completa”, y por lo tanto, a una vida plena y rebosante; donde lo importante no era el “tener”, sino el “ser”.

Los bienes inmateriales eran (para los clásicos) los que nutrían el espíritu y también la buena vida, pero lamentablemente esto hoy no parece ser una oferta o un premio lo suficientemente atractivo, ya que no se pueden comprar, ni vender, ni alquilar, ni tampoco aprovechar. Sin embargo observamos con profunda tristeza que éstos son a día de hoy los valores principales que las personas más jóvenes prefieren y demandan, preferentemente en estos tiempos de absoluto materialismo y también conformismo social inducido y dirigido.

Para contrarrestar esta moda de superficialidad y de irracionalidad, de innecesaridad y de trivialidad, de inutilidad y de nimiedad, la divulgación del cántabru en las redes de lo “virtual” (mundo del Internet y de las redes sociales) puede a lo mejor contribuir a templar y dar cordura a una realidad, hoy un tanto desmedida y exagerada, desproporcionada y excesiva, donde no solo lo material y lo inmediato debe de prevalecer por todo y ante todo.

La falsa felicidad y las relaciones
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