domingo. 28.04.2024

Liendas Negras, un indiu de llamatu, “Lobu Brancu”, y otro qu’arrespondi a “Géronimu”

La Leyenda Negra de España es solo eso, leyenda, o mejor, guerra espiritual creada principalmente por los anglosajones a consecuencia de su frustración por no haber podido vencer a España a lo largo de toda la época moderna

Hubo una vez en lo que hoy es EE.UU. “un indiu de llamatu, Lobu Brancu” (un indio de mote o apodo, “Lobo Blanco”), o si lo preferimos, el jefe Lobo Blanco o John Smith, del pueblo ojibwa, que vivió desde 1784 hasta 1922 (aunque en realidad no se sabe con exactitud la fecha de su nacimiento, pero si la de su muerte el 6 de Febrero), según indica su lápida ubicada en un cementerio de la Iglesia católica, en Cass Lake (Minnesota), siendo considerado por lo tanto el indio norteamericano más viejo que registran las crónicas que jamás haya existido al haber muerto éste a la edad de 138 años. Unos tiempos aquellos en los cuales aún existían amplias zonas de Norteamérica en las cuales las lenguas europeas apenas eran habladas, o bien, ni tan siquiera tenían la presencia y la extensión que ahora éstas poseen.

Y puesto que es a principios del mes de Febrero cuando se celebra el aniversario de su muerte, de ahí y el porqué de este artículo, pues no en vano, y a diferencia de lo que sí que hizo la corona inglesa en América (que diezmó las poblaciones indígenas en el continente) con respecto a lo que sin embargo nunca hizo la corona española (que por ejemplo dictó órdenes de protección de la población indígena, y hasta incluso creo instituciones que a día de hoy aún perduran), las “liendas” (leyendas) de los indios norteamericanos han sido demasiadas veces manipuladas por la industria de las palomitas hollywoodienses, sin que convenientemente sobre ellas se haya puesto el énfasis necesario a la hora de hablar del exterminio y de la acabación que en su momento sufrieron los pueblos aborígenes americanos a manos de los colonos franceses e ingleses principalmente.

La conquista fue pactada entre indígenas y españoles. Cuando acaba, los propios indígenas se quedan como sargentos y alguaciles mayores y otros cargos

Y es que el genocidio de los indios norteamericanos es una de las masacres más sostenidas de la que se tiene noticia y constancia (por no hablar, y por ejemplo, de otras ocupaciones que en su momento sufrieron y padecieron los diferentes pueblos ibéricos a manos de la conquista omeya de Hispania en los comienzos del siglo VIII d.C.), pues no en vano en el lejano Oeste se pagaban de media unas 50 libras por una cabellera de indio, 25 por el de una mujer y 20 si era de un niño. Y es así, pasito a pasito, como llegamos al día de hoy, en donde vemos que en los Estados Unidos apenas queda algo menos del 0’5% de población indígena y/o mestiza, en Canadá este porcentaje sube hasta el 3%, mientras en Honduras es del 96%, en Bolivia del 90%, en Méjico y Perú del 86%, y en Nicaragua y Guatemala los porcentajes rondan el 85%. Una media para el conjunto de la América ibérica que es superior al 74%. Con estos porcentajes poblacionales nos podemos fácilmente preguntar: ¿dónde está entonces la Leyenda Negra española?, y por lo tanto, ¿de qué Leyenda Negra hablan esas gentes no informadas y no documentadas, quizá lo suficientemente, pero sí guiadas por el odio, la ideología y el resentimiento? Y es que no hay nada mejor que combatir a eso que llaman “la leyenda negra”, con la razón, el entendimiento y la verdad histórica.

Y es que la Leyenda Negra de España es solo eso, leyenda, o mejor, guerra espiritual creada principalmente por los anglosajones a consecuencia de su frustración por no haber podido vencer a España a lo largo de toda la época moderna, así como también fruto de una extraña mezcla entre miedo, admiración y desprecio, circunstancia ésta que es muy propia (y también típica) de los anglosajones de la cual dan buen fe la poca población celta que aún habita el conjunto de las Islas Británicas.

Sin embargo, no son pocos los que incluso han llegado a insinuar que ese odio de los ingleses por España surge tras la batalla de San Juan de Ulúa (pequeña isla de México, en el estado de Veracruz), cuando el 23 de Septiembre de 1568 los españoles vencieron a dos de los más temidos piratas ingleses de todos los tiempos: John Hawkins y su pupilo Francis Drake. Un Hawkins, que todo hay que decirlo, había impuesto en las Indias un método de contrabando altamente persuasivo y nocivo, no ya solo contra la corona española, sino para también el resto de los barcos no ingleses que por aquellas aguas faenaban entonces. Este fue, y en verdad es, el origen del odio visceral que estas dos figuras atesoraron contra España hasta el fin de sus días, pero luego inoculado en grado superlativo a las generaciones venideras de la mano de los hijos de la Gran Bretaña.

Y es que la batalla de San Juan de Ulúa (1568) significó el desastroso final de la campaña de una flotilla inglesa compuesta por seis buques, que entre 1567 y 1568 (y violando sistemáticamente la tregua acordada por Felipe II de España e Isabel I de Inglaterra), se dedicó al asalto sin contemplaciones de pequeños puertos y buques mercantes españoles, la trata de esclavos negros, así como el también comercio ilegal en las aguas de la América española en favor propio y en el de la corona inglesa.

Pero volvamos a los indios, porque ¿acaso no recordamos, o bien hemos olvidado voluntariamente, esa frase famosa de los westerns clásicos de factura hollywoodiense que decía en el siglo pasado (y aún todavía en este), que “el único indio bueno era el indio que estaba muerto”? O mejor esta otra que nos recuerda que cuando los ingleses, ahora estadounidenses, comenzaron la conquista de América del Norte, la población nativa norteamericana se estimaba que estaba en torno a los 12 millones de personas. Sin embargo, ahora, y a duras penas, quizá solo queden entre 300.000 y 250.000 indios norteamericanos, pues las balas y las enfermedades fueron exterminando poco a poco a los valientes indios norteamericanos a lo largo de siglo y medio de conquista y pillaje, extermino y deportación que practicaron unas gentes sin alma y corazón, pero eso sí, muy puritanos luego todos ellos y ellas en sus convicciones porque decían, “llevamos la palabra de Dios con nosotros”.

Y es que estas guerras, asesinatos, desplazamientos, así como todo tipo de violencias sin fin, venían justificadas por el deseo de los nuevos colonizadores de llevar la civilización al interior de los Estados Unidos, conseguir nuevas tierras para el cultivo y el ganado, o simplemente, apoderarse de las tierras de caza de las naciones indias para poder así obtener oro y otros recursos naturales en su único favor y provecho.

California, por ejemplo, que formaba parte del virreinato de la Nueva España, perteneció a la monarquía hispánica hasta 1821, para con posterioridad pasar a ser parte de Méjico, luego de la república de Texas, para finalmente, en 1845, integrarse en los Estados Unidos. Y así, y con la llegada de los norteamericanos, la población india en este territorio pasó de 150.000 a solo 15.000 en apenas cincuenta años.

Los ingleses dejaron a su paso su idioma y poco más, pues su huella casi no ha perdurado. Y eso dice, francamente, muy poco de su cultura

También podemos poner el simple ejemplo, o mejor, relatar la mentira que han hecho creer a las gentes dogmatizadas que España conquistó América, sin embargo esto no es cierto, pues la conquista fue pactada entre indígenas y españoles, ya que el 95% de los conquistadores eran indígenas. Además de que las Indias no fueron nunca jamás colonias, sino más bien provincias españolas de Ultramar, a pesar de que en los tiempos actuales algún ministro de Cultura de España se empeñe en “descolonizar” los museos nacionales ofreciendo así una visión muy diferente y trastocada de la realidad. ¿O acaso hemos olvidado que en 1519 Carlos I establece que “las Indias Occidentales estén siempre unidas a la Corona de Castilla y no puedan ser separadas, desunidas ni divididas en todo o en parte, ni a favor de ninguna persona”? Es más, los españoles de 1810 consideraban que la nación la componían las personas de ambos hemisferios.

En palabras del historiador español Esteban Mira Caballos, y a propósito de su libro, 'El Descubrimiento de Europa', que cuenta cómo fue la vida de los primeros indígenas que llegaron a España después de 1492, podríamos fácilmente preguntarnos: “¿Quién se va a creer que Francisco Pizarro, con 180 hombres, conquista Tahuantinsuyo con 2.000 km2? ¿O que Hernán Cortés, con 508 efectivos, conquista la federación mexica?"

La conquista fue pactada entre indígenas y españoles. Cuando acaba, los propios indígenas se quedan como sargentos y alguaciles mayores y otros cargos. Permanecen combatiendo rebeliones de otros nativos. España mantiene toda la estructura indígena de cacicazgos, curacazcos y jefaturas. De hecho, los curacas eran de los mayores hostigadores de los suyos, extorsionándoles para pagar a los españoles lo que correspondía y mantener sus privilegios. Y así fue como sucedió que muchos de estos conquistadores indígenas se presentan en España reclamando su labor. Los tlaxcaltecas, por ejemplo, recriminaban que Hernán Cortés no habría conseguido nada sin ellos. Y, a su vez, los chalcas reclamaban que ellos habían contribuido más que los tlaxcaltecas.

Eso por no hablar de que España ha sido hasta el momento el país que más Patrimonio de la Humanidad ha creado en el mundo, pues se fundaron no menos de 29 universidades y 41 catedrales fuera de la Península. Los británicos, cero. Y es así como sabemos que en total hay repartidos por los cinco continentes 93 conjuntos con la vitola de patrimonio de la humanidad. De ellos, 41 están en la España actual, y los otros 52 en aquellos territorios en los que en tiempos de Felipe II no se ponía jamás el sol. Un legado éste que ha dejado el imperio español ante todo es cultural. No solo por la lengua (que es la de mayor promoción en el mundo), sino porque la conquista no solo fue una historia de cañones y arcabuces (aunque todas lo son), sino también de arte y de educación, de espíritu integrador y de valores. Por el contrario los ingleses dejaron a su paso su idioma y poco más, pues su huella casi no ha perdurado. Y eso dice, francamente, muy poco de su cultura. Justo lo contrario que la que fue propia de las Españas, pues las Españas han sido siempre multiculturales, hasta que llegaron los Borbones y lo trastocaron todo. Por eso, algunos personajes, como por ejemplo sucede con el señor López Obrador (presidente de México), en vez de levantar falsos testimonios y decir barbaridades, lo que debería de hacer es dar las gracias en lugar de exigir disculpas.

Un México, que todo hay que decirlo, ha sido junto a ingleses y estadounidenses, paladín y campeón a la hora de aseverar erróneas declaraciones en contra de los españoles, como muy bien nos lo recuerda el prestigioso historiador y escritor argentino, Marcelo Gullo Omodeo (por ejemplo a través de su libro: “'Lo que América le debe a España”), cuando habitualmente en sus conferencias afirma que “México es el lugar por antonomasia de la falsificación de la historia en Hispanoamérica y de la leyenda negra”. Y es que estamos faltos aún y todavía de abordar más en profundidad la necesidad de comprender adecuadamente la Historia de España y de Hispanoamérica, los lazos y los innumerables puntos en común que nos unen, huyendo así de la historia falseada y manipulada que habitualmente se nos ha querido transmitir desde ya algunas hace décadas.

Frente a los abusos de algunos españoles, la legislación de la corona fue la más avanzada de su época en el campo del derecho de gentes

Y es que el caso de México es muy especial y también muy complejo, pues hoy en día el mexicano pro medio tiene una relación de amor-odio con su pasado hispano. Y una parte de esos prejuicios son debidos a una extraordinaria mitificación que se hizo (tras el proceso de independencia) de su pasado precolombino, y por ser la cultura mexica entonces la más importante de Mesoamérica, de tal manera que los españoles serían los destructores de esa gran cultura.

En este relato no se dice, por ejemplo, y sin embargo, que la cultura mexica era una cultura de terror con sus episodios de sacrificios humanos (entre 20.000 a 30.000 anuales, y tirando por lo bajo) y de canibalismo sin igual, pues las prácticas de antropofagía entre los indígenas americanos fueron recogidos por algunos de los viajeros que acompañaron al famoso navegante en sus viajes de descubrimiento. Y es así como sabemos que durante los viajes que un médico sevillano que acompañó a Cristóbal Colón a partir de 1492 (Diego Álvarez Chanca), el mismo aseguró en sus diarios de a bordo que había mantenido contacto con indígenas que practicaban el canibalismo. Los llamaba “canibas”, “canimas” o “caribes”.

Que los mexicas solo controlaban un cuarto del actual territorio de los actuales Estados Unidos de México, y que Cortés tomó Tenochtitlan con unos cientos de españoles, pero con más de 135.000 guerreros de pueblos opuestos a ese régimen de terror, o que simplemente se cambiaron de bando, todos ellos tan ascendientes del mexicano actual como lo son los propios mexicas.

¿O acaso hemos olvidado que el encuentro entre Hernán Cortés y Moctezuma en Tenochtitlan fue un momento crucial en la historia de la conquista, pues Moctezuma, asustadísimo por la llegada de los españoles y temiendo que fueran enviados por los dioses, recibió a Cortés hasta con ceremonia, ya que lo hospedó en el lujoso palacio de las Casas Viejas y hasta lo agasajó con exquisitos manjares. Y precisamente uno de los elementos más fascinantes de este encuentro fue la oferta de una bebida especial por parte de Moctezuma a Cortés: lo llamaban, la “bebida de los dioses”. Esta bebida (elaborada con cacao y servida en copas de oro fino), era apreciada por los mexicas, pues se creía que tenía propiedades afrodisíacas, capaces de incluso acercar a las mujeres. Y aunque no se ha podido determinar con certeza qué bebida específica ofreció Moctezuma a Cortés, sí que se ha sugerido que podría haber sido tejate, una bebida tradicional de los Valles Centrales de Oaxaca.

Pero bueno, es que tampoco se dice que frente a los abusos de algunos españoles, la legislación de la corona fue la más avanzada de su época en el campo del derecho de gentes, que se cristianizó en nahuatl (por cierto que la segunda gramática del planeta después de la castellana es la del nahuatl), que se fomentó el mestizaje, y que en el virreinato de la Nueva España antes de la independencia, con algunas variaciones en función de las áreas, más de un 50 % de la población era indígena, más de un 20 %, mestiza, alrededor de un 16 % española, y solo un 0,2 % esclava.

Tampoco se suele recordar, como dice el escritor mexicano Juan Miguel Zunzunegui que “(…) El oro que nos robaron está en las catedrales, los retablos y obras de arte, las universidades, las escuelas, los hospitales y las ciudades que nos dejaron los españoles”. Tampoco se recuerda que la ciudad del México en los siglos XVII y XVIII era una de las más adelantadas, ricas y cosmopolitas de todo el planeta, con una renta per cápita más alta que la de las colonias inglesas del Nordeste, y en donde se produce una explosión de artistas, escritores, arquitectos y científicos sin parangón. En definitiva, conviene recordar todo esto porque, frente a los discursos negrolegendarios, la realidad más evidente nos nuestra que México tiene, o más bien debería de tener, muchas razones para sentirse orgulloso de su periodo novohispano.

Aún hay cientos de ciudades en EE.UU. que llevan nombres de ciudades españolas

Pero aun así y con todo, y tras este inciso, a todo ello hay que sumar la exclusión vergonzosa y descarada que hacen los norteamericanos de su pasado íbero más reciente, pues hasta se llega al punto de que incluso se lo recuerdan sus propios poetas, como sucede con Walt Whitman (1819-1892), quien era consciente de la clara la importancia que tenía el pasado hispano en el alma de su país, pues no en vano lo mostró a través de sus versos a través de una reflexión memorable y lúcida que arranca así: “Los estadounidenses aún tenemos que aprender de verdad nuestros propios antecedentes, y ordenarlos, para unificarlos. Por ahora, impresionado por los escritores y maestros de la escuela de Nueva Inglaterra, nos abandonamos tácitamente a la noción de que los Estados Unidos se han fraguado únicamente a partir de las islas británicas y de que, en esencia, no forman más que una segunda Inglaterra, lo cual es un gran error”.

Unas palabras éstas que las escribió en 1883 como justificación para declinar su participación en el aniversario de la fundación de Santa Fe (actual capital de Nuevo México), y con las que aclaró para todo el mundo sus creencias, pues para él comprender la nación en la que vivía dependía en gran manera por conocer su pasado hispánico, ya que “(…) para componer esa identidad estadounidense del futuro, el carácter español proporcionará algunas de las piezas más necesarias”. Lo cierto es que el diagnóstico de Withman se terminó por confirmar en el siglo posterior, que es cuando las raíces hispánicas terminaron por ser ya convenientemente marginadas y olvidadas de una forma y manera cada vez más clara y evidente.

Y es que aún a día de hoy, en Estados Unidos el legado español es muy relevante, al tiempo que también muy importante, pues no en vano gran parte de este país perteneció durante 300 años al virreinato de la Nueva España, y así es como la historia nos muestra que España mantuvo en algún momento la soberanía sobre alrededor de 26 estados de los actuales Estados Unidos (aproximadamente las 2/3 partes del país), teniendo incluso la moneda y su símbolo un claro origen español. Unas realidades éstas, y otras, que siempre son ocultadas y soslayadas (incluidas las numerosísimas expediciones y gestas llevadas a cabo por los españoles en este territorio) de una manera intencionada y vil por parte de los británicos y de estadounidenses principalmente.

No obstante, y pese a este encontronazo de realidad, aún hay cientos de ciudades en EE.UU. que llevan nombres de ciudades españolas. Y de hecho, de las 10 ciudades más pobladas de Estados Unidos, cuatro fueron fundadas por españoles: Los Ángeles, San Antonio, San Diego y San José. Precisamente a un asturiano, Pedro Menéndez de Avilés, le corresponde el honor de haber fundado el 8 de Septiembre de 1565 en San Agustín (en la península de Florida) la primera ciudad europea de EE.UU. Un territorio este de La Florida que es bautizada con este nombre gracias a la pericia de Ponce de León y la búsqueda de las fuentes de la “eterna juventud”.

Aunque “curiosidades aparte o a la mar”, bien podría venir ahora lo siguiente para decir que una costumbre tan americana como lo es “el día de acción de gracias”, por ejemplo, la celebró por primera vez el propio Avilés con los indios nativos saturiwa en San Agustín en 1565, o si lo preferimos, 56 años antes que la de los ingleses en Massachusetts. Por último, podemos recordar también la historia de Fuerte Mosé, defendido por milicias de afroamericanos liberados por los españoles en La Florida a la que llegaban huyendo de la esclavitud a la que estaban sometidos por parte de los ingleses.

Gran parte del territorio del hoy forma parte de los Estados Unidos es de origen cultural y lingüístico hispano

Y es que España, en su momento de mayor apogeo, extenderá su dominio continental desde Tierra de Fuego hasta los territorios de Nutka y Alaska, y desde Florida hasta Oregón. Aunque también hay constancia de asentamientos españoles en la actual Columbia Británica, en donde existen todavía bastantes topónimos en español, así como dos pecios (pedazos o fragmentos de las naves que han naufragado) en sus aguas, uno hundido en 1694 y otro en 1725.

Como curiosidad y anécdota diremos acerca de Nutka (perteneciente a la provincia de la Columbia Británica), Nutca, o en inglés, Nootka Island, y en lengua wakash, los nuu-chah-nulth, que éstos son una comunidad indígena de la costa del Pacífico Noroeste en Canadá. Un término éste de los “nuu-chah-nulth” que es utilizado para describir por separado a las naciones del Pacífico Noroeste, en la costa occidental de la Isla de Vancouver. Tiene un área de 534 km² y está separada de la isla de Vancouver por las aguas del estrecho de Nutca y la ensenada Esperanza.

Con respecto a Alaska comentaremos que en las fechas del año 1790 la enseña española (que recientemente acababa de ser instaurada como pabellón de la Armada) revoloteaba entonces por aquellas tierras gracias a las hazañas de un pequeño grupo de 15 voluntarios catalanes comandados por un tal Salvador Hidalgo, un leridano nacido en la Seo de Urgel, quienes tomaban posesión en aquellas fechas de aquel inhóspito territorio para el monarca Carlos IV, declarando así la soberanía en un fondeadero de Alaska, que curiosamente a día de hoy aún mantiene el nombre en español de Córdova, junto a su también vecino Valdez; y que a la postre son y siguen siendo los puntos más septentrionales bautizados en español. No obstante, ya mucho antes un tal Juan Pérez había desembarcado en 1774 en la isla de Notka, cerca de la actual ciudad de Vancouver, si bien solo se realizó una expedición más, pues no estaban entonces autorizados los asentamientos españoles en lugares tan alejados por no haber recursos suficientes para sostenerlos, mientras que ingleses y rusos, por el contrario, llevaban por aquel entonces años merodeando por aquellas tierras. Y es que a día de hoy el alma de Alaska es aún y todavía en estos tiempos más rusa que norteamericana.

¿O acaso no sabemos que el estado norteño de Montana, antaño “perdió” la tilde (Montaña), y finalmente se quedó en Montana? ¿O que hasta en la Luisiana, aún todavía se puede ver a día de hoy el nombre de la “Plaza de España”, con los nombres de las calles con los ornamentos del formato puramente andaluz? ¿O que Bernardo de Gálvez (a la postre gobernador de la Luisiana hispana), sería quien ayudaría a las 13 colonias a rebeldes con armas y dinero, a fin de así poder obtener la independencia de Inglaterra? O que, por ejemplo, el estado sureño de Arizona lleva un nombre vasco de un topónimo utilizado por los conquistadores españoles (o pastores de origen vasco) para referirse a “hharitz ona”, que literalmente significa “buen roble”, pues ciertamente esta región del sur de los Estados Unidos entonces (y aún hoy) era una gran reserva de robles. Pero es que hasta incluso las caravanas de las películas del Oeste son de origen andaluz, igual que las que aún hoy salen en procesión todos los años hacia el Rocío.

Dicho de manera simplificada, gran parte del territorio del hoy forma parte de los Estados Unidos es de origen cultural y lingüístico hispano. Por lo tanto, y dicho así y de esta manera, surge la pregunta obligada de si todas estas “coincidencias” no hacen sino de los USA otro país hispano.

¿Pero qué queda todavía de ese legado español en Norteamérica, y de esa gran expansión de España en el continente que se produce con la conquista del Imperio mexica por parte de Hernán Cortes, al tiempo que Magallanes y Elcano culminaran en esos tiempos la primera circunnavegación terrestre? Un espacio en línea recta que desde aquel puerto de Alaska y Florida abarca una distancia no menor de 6.200 kilómetros, que equivale a algo más de la distancia que separa Madrid de Nueva York.

La evidencia más clara es que a día de hoy en torno a 45 millones de personas en EE.UU. hablan castellano en casa, si bien alrededor de 60 millones de personas se definen como hispanos, lo cual representa aproximadamente el 20% de la población, a lo que hay que añadir que importantes políticos, actores, cantantes, deportistas, periodistas y personajes públicos, en general, son de origen hispano. Algunos de los cuales defienden, con vehemencia, el idioma y las raíces históricas hispanas en EE.UU. Por lo tanto, y así y con todo, las estadísticas nos dicen que para el año 2060 uno de cada tres norteamericanos hablará español, si bien para el 2100 serán ya la mayoría sobre el inglés.

Todo esto hace del español la lengua no inglesa más hablada en Estados Unidos, con mucha diferencia sobre el resto (aunque en realidad existen aproximadamente 68 millones de residentes en Estados Unidos que hablan un idioma que no es inglés en su casa), y seguida de lejos por el chino (3,5 millones), el tagalo (1,8 millones), el vietnamita (1,5 millones), el árabe (1,3 millones), el francés (1,2 millones) y el coreano (1,1 millones). Un país éste en donde no hay un idioma oficial, si bien el inglés es el único idioma para casi 240 millones de personas, según datos de la Oficina del Censo de EE.UU., además de que es la lengua en la cual está escrita la Constitución del país.

Los indios norteamericanos no eran, ni mucho menos, “tan salvajes como nos las pintan” las películas de Hollywood

Precisamente contra esa desmemoria, y también contra el mito y la revancha del excepcionalismo estadounidense se rebela “El Norte”, la epopeya olvidada de la Norteamérica hispana que viene de la mano de la doctora en Historia por la Universidad de Cambridge, Carrie Gibson. Una obra difícil de encuadrar y catalogar, pero que magistralmente combina el relato histórico de la llegada de los españoles a partir del siglo XVI a los territorios que hoy quedan integrados en estados como Florida, California o Nuevo México, con un viaje personal de la autora por el corazón del país para bucear sobre cómo se recuerda esa imborrable huella que plantaron en su momento los Junípero Serra, Hernando de Soto o Bernardo de Gálvez.

El argumento principal sobre el cual gira la tesis de Gibson consiste en defender que la herencia hispana de Estados Unidos está marginada y completamente ignorada, a pesar de ser más antigua que la anglosajona. Incide, de hecho, en que el desembarco de Ponce de León en Florida (1513) se registró más de un siglo antes que la célebre llegada del Myflower (1620) de los llamados “Padres Peregrinos”, mito fundacional norteamericano por antonomasia. Pues como este mito hay cientos, como sucede, y por ejemplo, con el film del cineasta D.W. Griffith, “El nacimiento de una nación” (1915), lienzo repleto de falsedades y de errores históricos imperdonables. Y es que argumenta Carrie, “(…) Parte de la mitología asume que los colonos llegaron con libertades y nuevas formas de pensamiento, pero la realidad no fue así. Robaron tierras, hubo muchos esclavistas... La idea de que los británicos fueron de alguna manera mejores que los españoles es ridícula, zanja la autora.

Y todo esto sucede porque la censura es tan antigua como lo es la misma comunicación, encontrándose miles de ejemplos a lo largo y ancho de toda la historia de la humanidad. Y si en cualquier momento ésta no se encuentra, o bien no se ve con claridad y exactitud, ello es debido a que, sencillamente, la historia no pocas veces ha sido contada, narrada, escrita y manipulada; por precisamente aquellas personas que desean exponer y mostrar una única visión unicista y exclusivista de unos hechos y unos aconteceres que les son propicios y favorables, convenientes y adecuados.

El conocido filósofo alemán Friedrich Wilhelm Nietzsche dijo una vez de manera acertada: “No me molesta que me hayas mentido, me molesta que a partir de ahora no podré creer nada de lo que me digas”.

Y es que la razón por la cual los embustes y las falsas creencias resultan ser más atractivos y más sugerentes que las verdades, hace ya tiempo que han sido objeto de estudio y análisis por parte de variados y reputados expertos a lo largo (principalmente) de la última década. Y así, la primera conclusión a la que se llega es que a la inmensa mayoría de las personas no les gusta leer mentiras y embustes rocambolescos a sabiendas de que lo son. La segunda es que la totalidad de las personas desean que algunas falsedades sean ciertas. ¿Cuáles? Pues precisamente las que satisfacen dos de nuestras necesidades más básicas y vitales: las de certezas y las de los resultados.

Las falsas y malintencionadas aseveraciones manipuladas que satisfacen el primer anhelo plantean respuestas sencillas a problemas complejos. Por ejemplo: “El castellano siempre se ha hablado en Cantabria porque no hay constancia de que antes pudiera existir otra lengua que no fuera el castellano”. Las que complacen el segundo son las que predicen un desenlace coincidente con nuestros prejuicios. Por ejemplo: “Es mejor que todo el mundo en Cantabria hable en castellano, porque las lenguas minoritarias en un mundo moderno y globalizado no sirven para gran cosa, o bien para nada”.

Pero no nos distraigamos y sigamos hablando de indios, y por lo tanto, ¿qué decir entonces del indio Gerónimo, otro de esos casos sorprendentes de manipulación y de tergiversación que alcanza límites deleznables y deplorables, si no fuera porque aún existe razón y verdad para contarlo y exponerlo. Pues no en vano Gerónimo (1829-1909), el legendario líder apache, era católico y hablaba español. Circunstancia esta que la industria del cine norteamericano oculta y calla vergonzosamente.

Y todo esto sucede y es posible porque estamos acostumbrados a ver en los western de Hollywood, que en la conquista del Viejo Oeste las caravanas debían enfrentar un territorio inhóspito plagado de tribus salvajes que pronunciaban gritos ininteligibles en lenguas también inimaginables mientras se llevaban casi siempre la mano a la boca. Sin embargo, estas películas olvidan que para la conquista del “salvaje oeste” ya habían pasado cientos de años de convivencia entre aquellas etnias y el dominio español primero, y la República mexicana después. República, que por cierto, fue un auténtico desastre en cuanto a organización, derechos sociales y políticos y económicos varios, por solo nombrar (y de pasada) algunos efectos.

Y no, los indios norteamericanos no eran, ni mucho menos, “tan salvajes como nos las pintan” las películas de Hollywood, pues, por ejemplo, en la cultura cherokee, las mujeres podían decidir ser guerreras o esposas. Si optaban por esto último, eran ellas quienes elegían al interfecto, y si lo deseaban, podían pedir un tiempo para vivir con él, antes de la ceremonia de boda y ver si “daba el ancho” como proveedor. Una vez casada, si querían divorciarse, solo tenían que dejar las pertenencias del hombre en la entrada, no tenían que justificarse, ya que ellas mantenían la misma honorabilidad ante la sociedad que cualquier hombre. Nadie le pedía explicaciones, ni siquiera el marido, pues a ese nivel confiaban éstos y otros pueblos indígenas en la justicia femenina. Ninguna de ellas tomaba, por supuesto y tampoco, estas decisiones a la ligera, pues justamente en ellas recaía este peso, ya que a la mujer se le consideraba siempre justa, sensata, prudente e inteligente.

Gerónimo era más mexicano que la “salsa verde”, no habiendo encontrado entonces la colonización un Salvaje Oeste lleno de tribus hostiles, sino por el contrario, un mundo hispano mestizo

A esto se añade el rol de “ama de casa”, que entonces (igual que ahora) era importantísimo y respetado, pues la familia era la unidad social predominante, y solo las mujeres eran aptas para estar al frente de esta tarea tan importante. Una circunstancia esta que les daba poder económico, social y político, incluso en los consejos de guerra. Y hasta incluso, y cuando no llegaban a alguna decisión unánime, existía un grupo de mujeres que intervenían para dar su fallo final, un puesto éste que era el más respetado y codiciado, ya que únicamente lo ocupaban las mujeres más sabias del clan. Y si acaso una mujer llegaba a cometer una injusticia con su familia, ésta no era castigada, pero sí que sin embargo se ganaba el repudio de su gente, lo cual era lo peor que podía pasarles; pues su honor era lo único que las podía conectar con la Madre Tierra y con su propia esencia.

Pero antes de seguir vamos a hacer aquí un pequeño inciso para hablar de una curiosa anécdota acaecida en EE.UU. en 1973, cuando una mujer apache llamada Sacheen Littlefeather subió al escenario para rechazar un Oscar en nombre de Marlon Brando, y lo hizo en 60 segundos para dar el siguiente discurso: “Hola, mi nombre es Sacheen Littlefeather y soy apache, además de presidenta del Comité Nacional de Imagen Afirmativa de los Nativos Americanos. Estoy representando a Marlon Brando esta tarde, y por eso me ha pedido que les diga que no puede compartir con ustedes en este momento, si bien estará encantado de compartir con la prensa más tarde, pues lamentablemente no puede aceptar su muy generoso premio. Y las razones para esto son el trato que hoy se da a los indios estadounidenses por parte la industria del cine y en la televisión en las películas, aunque también con los acontecimientos recientes en Wounded Knee. Ruego que no me haya entrometido en esta noche y espero que en el futuro nuestros corazones y nuestros entendimientos se encuentren con amor y generosidad. Gracias en nombre de Marlon Brando”.

Sacheen mantuvo en todo momento la compostura, a pesar de los abucheos y las burlas que venían de la audiencia, pues hasta incluso hubo quien intentó agredirla físicamente, como sucedió con John Wayne, si bien fue restringido por la seguridad cuando salía del escenario. Otro famoso “vaquero” fue Clint Eastwood, quien se burló de ella diciendo que él estaba presentando el premio en nombre de “todos los cowboys disparados en todos los John Ford Westerns”. Tras este discurso Littlefeather sería incluida en la lista negra de Hollywood, y ya nunca más volvió a trabajar para la industria del entretenimiento y de la manipulación. Sin embargo, y por circunstancias de la vida, casi medio siglo después, Littlefeather regresó de nuevo a la Academia como invitada de honor un 17 de Septiembre de 2022.

Pero por no despistarnos mucho, y por seguir el hilo conductor diremos que las primeras expediciones españolas a Kansas, el cañón del Colorado y el Sudoeste de lo que hoy es el actual Estados Unidos datan de 1540, y ciertamente fueron encabezadas por Vasquez de Coronado. Un territorio que ya tenía entonces unos tres siglos de tradición hispana para la época de Buffalo Bill, Toro Sentado, Gerónimo y la fiebre del oro del siglo XIX.

Cuando el Deep State mundial sea derrotado y finiquitado, a los pueblos íberos nos quedará por librar entonces otra batalla

Por ello no es de sorprender que en la zona por “donde se movía”, por ejemplo Gerónimo, ya se hablara español (pero el antiguo, no el de ahora), habiéndose convertido entonces muchos de sus habitantes al cristianismo, y siendo precisamente uno de ellos el legendario Gerónimo; según ha sido revelado en el reciente descubrimiento de las partidas de bautizo de Gerónimo y sus padres. Y tal y como se cuenta y se expone claramente en “Apaches. Fantasmas de Sierra Madre”, de Manuel Rojas, 2008.

Una leyenda de Gerónimo que nacería después de sobrevivir a una incursión de militares mexicanos en su campamento. Pues a raíz de aquel suceso, y desde ese mismo día, Gerónimo empezó a escuchar a los espíritus que le pedían defender la vida de su pueblo. Fruto de esos sueños encabezaría una serie de ataques contra el ejército mexicano, y con posterioridad contra los colonos, que luego desembocarían en fugas y escaramuzas imposibles todas ellas de aquí poder describir y narrar. Y es que los apaches, y hasta incluso lo mexicanos, afirmaban que Gerónimo no era un simple mortal, pues él mismo llegó a decir que no existía bala capaz de matarle.

Y aunque una y otra vez lo atraparían, en todas las ocasiones logró fugarse, acrecentándose aún más si cabe su fantástica leyenda, pues no en vano lo llegaron a perseguir hasta 5.000 soldados estadounidenses, y no menos de 3.000 mexicanos, todos ellos bien pertrechados y armados.

Según el escritor mexicano Álvaro Enrigue Soler, Gerónimo era más mexicano que la “salsa verde”, no habiendo encontrado entonces la colonización un Salvaje Oeste lleno de tribus hostiles, sino por el contrario, un mundo hispano mestizo donde el Virreinato de Nueva España había ya reconocido su derecho de propiedad sobre la tierra, que luego negaron los colonos estadounidenses; apoyados por una República de México que entonces luchaba por consolidarse luego de su independencia. Y es que una vez más el imaginario colectivo formado y conformado por las fantasías de Hollywood sirven una vez más para crear relatos y mentiras históricas que no nos hablan acerca de una verdadera historia hispanomestiza que parecería que se quiere y se pretende borrar.

Pues acaso no sabemos que el gran reto de nuestro tiempo debería ser, por tanto, el tratar de comprender la importancia histórica de los hechos y de los personajes del pasado, sin que los valores éticos del presente nos impidan hacerlo, o si se prefiere, y con otras palabras, sin descontextualizar la historia. Porque, por ejemplo, Hernán Cortés, así como tantos y tantos otros conquistadores y exploradores mayas, aztecas o españoles, no son sino fruto de la época que les tocó vivir, igual que les sucedió a nombres como Alejandro Magno, Julio César, Carlomagno, o como al mismísimo Che Guevara. Y es que el narrar determinados hechos o personajes históricos no implica necesariamente el tener que comprender la Historia solo desde un punto de vista acrítico y amoral.

Pero, ojo, porque cuando el Deep State mundial sea derrotado y finiquitado, a los pueblos íberos nos quedará por librar entonces otra batalla, aún si cabe mayor en un discurrir dialéctico contra nuestros compañeros no exaltados y libres de partidismos interesados de los países de América, en torno a la reivindicación del papel que en su momento jugó el Imperio español y portugués en la historia de la Humanidad.

Y así es como a los ingleses habrá que recordarles que su Imperio se hizo por medio de los actos terroristas (piratas) y de pillaje contra los galeones españoles y portugueses. A los norteamericanos habrá que decirles que consiguieron la independencia gracias a la ayuda española, y nos lo “pagaron” robándonos, por medio de un ataque de bandera falsa en Cuba, Puerto Rico y Filipinas. A nuestros hermanos italianos habrá que volver a explicarles que la mitad de su país fue antaño hispanoaragonés durante 300 años. Y a por ejemplo, los alemanes, austriacos y holandeses, que fuimos un solo país durante varios siglos, y que gracias a España y sus tercios Europa no fue conquistada por el islam en repetidas ocasiones: Viena y el Danubio, batalla de Lepanto, Reyes Católicos, etc. Y a por ejemplo, los franceses, y el resto del mundo, que los verdaderos fundadores de la modernidad y la globalización fue en realidad el Imperio Español, y no la Ilustración francesa, como se hace erróneamente creer a la sociedad a sabiendas de que se pretende eliminar la verdadera Historia de España de las aulas en inexplicable felonía y compadreo con los conglomerados anglos y germano-franceses del momento más actual y trepidante de estos comienzos del siglo XXI.

¿Por qué no reconocer también la existencia del cántabru como lengua que es y siempre ha sido propia y específica de nuestro pueblo y país?

Tenemos una clara muestra de esta estrategia es el famoso libro, “A History of Western Philosophy”, del filósofo, matemático, lógico y escritor británico, al tiempo que también ganador del Premio Nobel de Literatura, Bertrand Arthur William Russell (1872-1970), que repasa los grandes pensadores occidentales (desde los presocráticos a principios del siglo XX), y sin citar (como no iba a ser menos) a ningún pensador español. Alude, eso sí, y de pasada, a Ignacio de Loyola y a Domingo de Guzmán, pero reduciendo su mérito a ser “simples” y “meros” fundadores de las órdenes religiosas jesuita y dominica que acogerían entonces a los grandes intelectuales… a condición, eso sí, de no ser españoles.

Sin embargo, resulta difícil pensar que Russell no hubiera leído a su compatriota, historiador, político y escritor inglés, John Emerich Edward Dalberg-Acton (1834-1902), cuando decía que “(…) La mayor parte de las ideas políticas de Milton, Locke y Rousseau se pueden encontrar en las ponderosas obras en Latín de los jesuitas, súbditos de la Corona española como Lesio, Molina, Mariana, y Suárez”. O a por ejemplo, el escritor, filósofo y periodista británico, Gilbert Keith Chesterton (1874-1936), cuando señalaba que “(…) España ha sido campeona del progreso y de la libertad (…) ha estado a la cabe de todos los demás países como fue a la cabeza de todos en América”. Claro que Acton y Chesterton eran católicos, por lo que tal vez (aunque Russell predicara la libertad de pensamiento) su amplitud de miras no llegara a tanto. Más comprensible es que no leyera (o no quisiera leer) a Friedrich August von Hayek (1899-1992), el laureado economista, jurista y filósofo austriaco, además de ganador del Premio Nobel de Economía en 1974, cuando decididamente señalaba que “(…) Los principios teóricos de la economía de mercado y los elementos básicos del liberalismo económico no fueron diseñados por calvinistas y protestantes escoceses, sino por los jesuitas y miembros de la Escuela de Salamanca durante el Siglo de Oro español”. Claro que Hayek era también católico, aunque finalmente acabaría siendo agnóstico.

Pero es que ocurre y sucede, que en realidad toda la modernidad tiene fuentes e inspiraciones hispanas. Y así, y por ejemplo, Domingo de Soto (genio científico en la Iglesia del siglo XVI) en su obra, “Quaestiones”, de 1551, expuso varios estudios sobre mecánica que influirían en el trabajo del astrónomo, ingeniero,  matemático y físico italiano Galileo Galilei, siendo el primero en establecer que un cuerpo en caída libre sufría una aceleración constante, fundamental esto para comprender el funcionamiento de la gravedad atribuida en solitario a Isaac Newton, el que fue físico, teólogo, inventor, alquimista y matemático inglés de reconocido y laureado renombre internacional.

Y es que, por ejemplo, en la Universidad de Salamanca, trabajaron científicos de la talla de Juan de Aguilera, Alonso de Santa Cruz (el primero en describir la variación magnética) o Juan López Velasco, que en su momento describiría los eclipses lunares, ya en 1577. Por cierto, seguían los escritos de Copérnico (a diferencia de Calvino), que criticaba la teoría heliocéntrica por situarse por encima del Espíritu Santo. Pero tristemente ocurre que Calvino es la modernidad por no ser hispano. Nicolás Copérnico, por el contario, fue un polímata renacentista polaco-prusiano, activo como matemático, astrónomo y canónigo católico que formuló la teoría heliocéntrica del sistema solar, concebida en primera instancia por Aristarco de Samos; un antiguo astrónomo griego que formuló tal modelo unos dieciocho siglos antes.

Pero la cosa no se queda aquí, pues Hugo Grocio o Grotius (1583-1645), el que a la postre está considerado como el fundador del derecho natural moderno, además de ser jurista, escritor, poeta, filósofo, teólogo y diplomático holandés, también es otro de esos personajes que no hizo sino difundir lo que ya en su momento habían diseñado los escolásticos españoles, Vitoria, Soto, Molina y Suárez, a los que cita en su “De iure belli ac pacis” (1625). Sin embargo, por arte de birlibirloque metodológico, la escuela nórdica del derecho natural ha pasado por ser la que difundió los derechos subjetivos, olvidándose de esta manera de sus verdaderos orígenes. Y fue también, y por ejemplo, Jerónimo de Ayanz y Beaumont (1553-1613) un polifacético español que destacó como militar, pintor, cosmógrafo y músico, pero, sobre todo, como inventor (el Leonardo español), el verdadero inventor de la máquina de vapor, y no los británicos James Watt y Thomas Savery. Y es que hay tantos y tantos ejemplos de esto que aquí y ahora brevemente citamos y nombramos, que ciertamente sería necesario otro artículo completo (y más extenso) para aquí exponerlo y denunciarlo en su justa y aclaratoria medida.

Afirma muy acertadamente el escritor y ensayista, Alberto J. Gil Ibáñez, Doctor en Derecho y en Ciencias de las Religiones por el Instituto Universitario de Florencia (Italia) a este respecto lo siguiente: “(…) el siglo XVI es también el siglo de las mujeres hispanas, y por esto y por ello es por lo que también hay que cancelarlo y suprimirlo, ya que el resto de los países no pueden mostrar a una Isabel I fundadora de un Imperio hispánico en el que no se ponía el sol, y al tiempo era también la defensora de la igualdad de los indígenas. A ella se unen doña Juana, Isabel de Portugal, gobernante de España y las Indias cuando Carlos I guerreaba por Europa; Juana de Austria, regente de España; María de Austria, gobernadora de Flandes durante 24 años donde se conoció un gran periodo de progreso. Pero también, Doña Marina, Isabel de Moctezuma, Luisa de Medrano, Catalina de Bustamante, Beatriz Galindo, María Pita, Isabel Barreto, Teresa de Jesús, Ana Caro, y así tantas y otras mujeres canceladas que ningún “Ministerio de la Igualdad” ha rescatado. ¿Por qué, y a qué obedece tamaña y partidista intención de omisión y ocultación?”.

“Con todos estos datos es comprensible que nuestros competidores se empeñen en borrar o menospreciar nuestro siglo XVI, pero resulta increíble que lo pretenda hacer “nuestro” Ministerio de Educación. Cui Prodest? Lo que procede es comenzar a valorar ese periodo mucho más porque ¿y si la Ilustración hubiera nacido en los debates serenos de la Universidad de Salamanca y no en la sangre de la guillotina que corría por las aceras de París? Nuestro marco cognitivo sería otro y el peso del mundo hispano (los 500 millones) también. ¡Momento de reflexión!”.

Restablezcamos todas y cada una de las verdades históricas, y no solo y únicamente las que nos interesan o las que nos parecen que son las más adecuadas

Pero sigamos, igual que en una película, pues no en vano no debemos de perder el hilo conductor del título principal de este trabajo, y por lo tanto no desviarnos mucho del contenido principal del mismo (y de su protagonista principal, que no es otro que Lobo Blanco), pues es en verdad lo que aquí y ahora nos urge y nos interesa, ya que las diferentes crónicas nos informan que un tal Tom Smith (hijo heredero del jefe John Smith) sostuvo la versión de que su padre vivió hasta los 137 años, asegurando además que “el Lobo Blanco” se mantuvo activo durante los años previos a su muerte; y hasta incluso contó que había sido atropellado por un tren cuando atravesaba las vías férreas en 1920.

Y es que los ojibwa, ojibwe, chippewa o saulteaux eran un orgulloso pueblo anishinaabe, en lo que actualmente hoy es el Sur de Canadá y el Norte del medio Oeste de los Estados Unidos. En el siglo XVIII eran más de 400.000 personas, si bien en la actualidad apenas llegan a duras penas a la octava parte, siendo su idioma (se conoce como anishinaabemowin o ujibwemowin) todavía pujante, si bien el número de hablantes fluidos ha disminuido drásticamente a partir del siglo XXI, siendo la gran mayoría de los hablantes habituales del idioma en su gran parte ancianos.

Pero por fortuna, en la actualidad, y desde fundamentalmente principios del siglo XXI, existe un movimiento creciente (y cada vez más floreciente) para revitalizar el idioma y restaurar su fuerza como parte central que es de la cultura ojibwa y su cosmovisión. Unos sucesos y unas realidades que son y tienen que ser las que hoy nos guíen y nos inspiren por ser ellas una fuente inagotable de superación y de compromiso para y con el cántabru.

Y si aquí y ahora reconocemos a través de este artículo, con justicia y con razón el legado español en Norteamérica, ¿por qué no reconocer también la existencia del cántabru como lengua que es y siempre ha sido propia y específica de nuestro pueblo y país?

Porque el lenguaje, y más a la hora de emplearnos a la hora de definir unos hechos y unas circunstancias, sin duda es muy importante y transcendental, pues él mismo tiene una carga, a la vez que una significación y una profundidad de calado transcendental a la hora de exponer unos hechos y unos aconteceres, que si no se hacen éstos con rigor y con seriedad, sin duda corren el riesgo de ser adulterados y manipulados a conveniencia y sin piedad; como ciertamente ha sucedido y hemos tenido ocasión de brevemente relatar aquí a través de ciertas pinceladas.

Por eso en este artículo no hemos tenido ningún reparo en hablar acerca de una “leyenda negra” contra España, para así demostrar con los hechos (y también con las pruebas en la mano) acerca de una realidad que ha sido manipulada y harto trastocada en favor de unos intereses y/o una ideología, pues el lenguaje es el elemento esencial para crear un pensamiento, y al final una doctrina o un credo, montar una leyenda, y finalmente, destruir cualquier percepción positiva de lo que aquello significó. Y si esto que exponemos lo llamamos por su nombre, pues no en vano es ir en contra nuestra historia, de nuestros antepasados, y hasta de nuestras propias esencias compartidas, también y de la misma manera lo mismo es y significa el apuntalar y/o el negar la existencia del cántabru en nuestro propio país, haciendo por lo tanto ver a las gentes (y a la ciudadanía en general) que en Cantabria no hay (ni nunca ha habido) una lengua cántabra, cuando se sabe por activa y por pasiva que esto no es cierto en absoluto y nunca lo fue, pues al contrario, el cántabru ha sido siempre la lengua mayoritaria propia y específica de nuestro pueblo hasta hace aproximadamente un siglo.

Restablezcamos, por lo tanto, todas y cada una de las verdades históricas, y no solo y únicamente las que nos interesan o las que nos parecen que son las más adecuadas y/o convenientes para el momento y el lugar presente, o las que según la conveniencia del momento pueden ser las más apropiadas y oportunas.

Nos despedimos ya con una palabra india norteamericana, que de seguro que a más de uno “le suena” o le resulta familiar. Esta palabra es “tipi”, y la misma proviene del término lakota, “lugar para vivir” (“ti”: vivir y “pi”: lugar). Y es que el “tipi”, empleado sobre todo por los indios de las llanuras centrales de Norteamérica, es uno de los hogares para acampar mejor concebidos desde el punto de vista de la habitabilidad, el confort y la adaptación a condiciones meteorológicas extremas o adversas.

Por lo tanto, y como colofón, que en el hogar de todos los pueblos de la tierra vuelvan de nuevo (y con fuerza) a resonar con fuerza sus culturas y sus tradiciones, sus lenguas y sus esperanzas, en sintonía y concordia siempre perfecta de paz y armonía. Y siempre “aho” (la paz sea contigo), como dirían los indios lakota de Norteamerica, que en su lengua es un saludo, unido éste especialmente a “mitakuye oyasin” (todas mis relaciones). O si lo preferimos: “que la paz sea contigo y con todas mis relaciones”.

Liendas Negras, un indiu de llamatu, “Lobu Brancu”, y otro qu’arrespondi a “Géronimu”
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