lunes. 29.04.2024

El óbito de la Ley

La Ley es interpretable. Hoy la visten de de un color, mañana del contrario. Pero siempre hacia el negro. La Ley es un comentario de texto, una mano dentro del área, es cuando la narrativa sustituye al código

La Ley escribe su esquela, convalida el óbito muy a su pesar. Pestíferos de la política con las uñas bien afiladas la tienen entre sus garras, solo deben apretar, desgarrar y retorcer con el pico negro lo que quede. La Ley es ahora un cordero tierno en la punta de un risco a la sola espera de que lo levanten por los aires y lo dejen caer al abismo. La Ley es interpretable, dicen los árbitros del tinglado (en realidad, una bandada –también banda- de buitres) y, a partir de ahí, la Constitución puede quedar convertida en carroña, que es como la quieren ver destacados osífragos con la anuencia de los arietes conocidos y reconocidos, y la mueca eterna con las manos en los ojos de quienes debieran defender el 78 y han optado por la postura maniquí.

El Derecho es  interpretable, sí, pero no puede convertirse en el Torcido

La Ley es interpretable. Hoy la visten de de un color, mañana del contrario. Pero siempre hacia el negro. La Ley es un comentario de texto, una mano dentro del área, es cuando la narrativa sustituye al código. Depende quién la vea, con qué gafas y el día que tenga; si ha hecho el amor o el desamor. El Derecho es  interpretable, sí, pero no puede convertirse en el Torcido. Y precisamente para eso está o estaba la Ley y, al final o como base de todo, la Constitución. Cuando quienes quieren acabar con ella y defecar sobre sus títulos –lo han dicho, nadie puede llevarse a engaño o criticarles por ello– defienden la teoría de la interpretación y hay quien se lo compra desde los poderes del Estado, España se sitúa ante una problemática que excede el hecho en sí mismo, porque lo que se quiebra es el principio de igualdad de los ciudadanos.

En el velatorio de la Ley habrá un féretro con varios millones de hojas dispuestas para su incineración, unos asientos altos de barra de bar para que se aposten los buitres, también asistirán los traidores del mechero innoble, comprado para la ocasión en el todo a cien, el grupito de los plañideros y uno mucho más amplio que, impertérrito, congelará la mueca una vez más y volverá a su escaparate del gran almacén de la política.

El óbito de la Ley
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