lunes. 29.04.2024

De zampabollos y almuérdagos

La protección del lobo es incuestionable, pero ello no debe significar nunca la desprotección del agricultor, del ganadero o de la población rural

Empiezo por donde acabé la semana pasada, pero con el panorama más negro: mientras los zampabollos de Bruselas y Estrasburgo comen mejillones fritos y privan cerveza alemana, hablan casi siempre de lo que desconocen y mucho menos practican, los lobos merodean ya, incluso de día, las casas de algunas zonas campurrianas y se comen potros y equinos más grandes en la comarca palentina de Aguilar. Lo hacen con la pasividad de la administración, que mientras dilucida si son galgos o podencos, da carta blanca y margen de actuación al cánido implacable, que tenga más o menos hambre acaba siempre con lo que pilla. Lo perpetra además con el asidero de otros almuérdagos con ventanas a la calle, los que piensan que la fauna debe ser libre, comer cuando le parezca y defecar en casa ajena, nunca en la suya.

El gran problema de la política actual es que teoriza o legisla sobre lo que desconoce

La protección del lobo es incuestionable, pero ello no debe significar nunca la desprotección del agricultor, del ganadero o de la población rural. Cuando el cánido salvaje muestra sus colmillos a plena luz y rasga sus ojos después del alba, es que cree haber conquistado un terreno que antes no le pertenecía. Como cuando el oso reparte mamporros a un viandante en una carretera de alta montaña o el jabalí juega al billar con las patatas de un huerto. No hay que ser villano con los ejemplares silvestres (antes al contrario, deben tener una especial protección), pero tampoco excesivamente laxo; solo hay que ser justo.

El gran problema de la política actual es que teoriza o legisla sobre lo que desconoce y, además, no se deja aconsejar. Jamás salieron a buscar las yeguas en mitad de una nevada, nunca cargaron con un cesto de patatas, creen que la calabaza la inventó un concurso de televisión y desconocen si la cabra de tierra y la de mar son o no de la misma especie. Sólo saben que por el mar corren las liebres y por el monte las sardinas. Y a partir de ahí, con tamaña sabiduría, aprueban directivas e imponen ideologías. La cuenta ya la pagan otros; y la de los mejillones con patatas fritas, también.

De zampabollos y almuérdagos
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