Los habitantes de Green City habían construído una ciudad casi perfecta. Sus dimensiones permitían desplazarse andando por todo el casco urbano, en un hábitat donde abundaban jardines y zonas arboladas. No existía el paro, todos los vecinos trabajaban o estudiaban. La convivencia era ejemplar y la construcción de nuevas casas o carreteras se llevaba a cabo contando con la colaboración de toda la comunidad. Abundaban comercios y tiendas que suministraban de todo lo necesario a la ciudad. En las cercanías existían unas colinas de suave pendiente y un pequeño lago donde los vecinos de Green City solían disfrutar de apacibles ratos de ocio.
Juan paró su motosegadora y se dio cuenta que se había llevado por delante un enorme hormiguero
Pero, una mañana, de repente todo iba a cambiar…el cielo, soleado hasta el momento, comenzó a cubrirse de nubes. El viento arreció y casi de inmediato levantó una gran polvareda a la vez que provocaba algún desprendimiento de aleros, señales y macetas. A lo lejos se oía un rumor que pronto se convirtió en un ruido insoportable, mezcla de crujidos y roturas. La tierra comenzó a temblar y resquebrajarse. Para entonces los habitantes de Green City corrían despavoridos en todas las direcciones, sin acertar a explicarse qué estaba ocurriendo. Algunos caían engullidos por las zanjas que se abrían en mitad de las calles y otros buscaban refugio en el interior de las casas o bajo los árboles. Definitivamente el cielo se oscureció totalmente y algunos vecinos que se encontraban en la plaza mayor tuvieron el tiempo justo para mirar hacia lo alto y tener una última visión aterradora de unas enormes aspas metálicas que seccionaban viviendas, tejados y calles y llevaban la muerte y desolación hasta donde alcanzada la vista.
En ese mismo instante Juan paró su motosegadora y se dio cuenta que se había llevado por delante un enorme hormiguero que había en su jardín.