lunes. 29.04.2024

Mario del Monaco, el tenor

Aun reconociendo que la ópera es la 'obra musical' por excelencia, al común de los mortales aún le cuesta aproximarse a ella. Y los niños y jóvenes no le van a la zaga. ¿Qué sucede en este guiso que tiene todos los ingredientes, y ciertamente bien cocinados, para que su tejido con música dramática no llegue al menos a los estudiantes? Un género cuya acción escénica está acordada, en donde hay canto y además acompañamiento instrumental, un arte completo en donde desembocan también el trabajo manual -la sensibilidad con materiales-, la poesía y, a veces, la danza.

Cuando los actores juntan su viveza y encanto, esa difícil y complicada ciencia oculta pone en escena no solo un espectáculo, sino una representación relevante que acapara el corazón de los espectadores, sus ojos, su fantasía y su atención, una fiesta en la que la expresividad a flor de piel del ser humano interviene en ese intento. Por eso, parece una contradicción que aún no pueda llegar de una manera normal a la cultura de los niños y jóvenes para que se abran a todo el atractivo y encantamiento de la ópera.

MARIO DEL MÓNACO

A los que estas lides también nos son arcanas desconocíamos este nombre y, por lo tanto, quién era. Mario del Monaco (Florencia, 1915 - Mestre, 1982), retirado de los escenarios desde 1972, se entregó a la didáctica y pedagogía del canto, pues en ese tiempo debía atender su indisposición nefrítica, los repetidos exámenes para comprobar su estado, además de su proceso de diálisis. El tenor florentino fue el símbolo del arte bel canto -el que sigue el estilo operístico ítalo-romántico- en los años de la posguerra conectando, -si seguimos a todos los que simpatizan con este género musical- el encanto y naturaleza de su expresión armónica al genio del personaje escénico. Hoy no es difícil poderle escuchar. Es un gozo.

    La prensa de hace seis años comentaba de esta forma el centenario de su nacimiento, dando fe del significado que tuvo este tenor en Italia y en todo el mundo y anunciando el programa de los fastos que iba a haber en su honor:

El próximo 27 de julio se cumplirán los cien años del nacimiento de Mario del Monaco, el más importante tenor dramático italiano del siglo XX. Italia no le olvidará y las conmemoraciones empiezan este día 13, en la Scala, donde Sabino Leonci, Giancarlo Landini y Giancarlo del Monaco glosarán su figura. Justo en el día que hubiese cumplido cien años, el 27 de julio, La Fenice le dedicará largas sesiones con proyección de documentos y óperas, incluyendo el «Otello» de la RAI. Lógico agradecimiento a quien tuvo la idea de filmar aquel Verdi en el Palacio Ducal, a quien cantó mucho en la Fenice durante y después de la guerra e incluso «Pagliacci» en la Plaza de San Marcos. También habrá conciertos de homenaje en Palermo, Florencia, Padua, Treviso y naturalmente Pésaro, en cuyo conservatorio se graduó y donde conoció a Renata Tebaldi. Incluso la croata Split se añadirá a esta lista.

Estos merecimientos que se describen no están de más, no son gratuitos. Mario del Monaco no deja de ser el poder de una serie de artistas que orbitan en su propio recorrido esférico. En el caso de Mario, a los veintiún años, sus extraordinarias peculiaridades de voz no tuvieron la atención debida por los métodos de enseñanza que no se mostraron adecuados, lo que le trajo los oportunos problemas, y Mario tuvo que regresar con el maestro y profesor que una vez tuvo, Arturo di Giuseppe Melocchi (1879-1960), barítono y educador de voz que le proveyó los recursos necesarios para asegurar la seguridad y confianza en su voz y en su desarrollo técnico, fuera de cualquier inconveniente. Una suerte poder volver a sus orígenes.

    Pero, ¿quién era Mario del Monaco? Fue un intérprete italiano de los de mayor carisma que nace en Florencia cobijado en una familia boyante y melómana. Es el tenor dramático por antonomasia, y muy apreciado por sus compañeros, con alguna que otra resistencia por su naturaleza un tanto soberbia y orgullosa. Pero cuando hablamos más de las limitaciones en todo -aún más en las personas-, más que de lo que debemos estar autorizados, se nos olvida que, precisamente, todos tenemos limitaciones; y el caso es que a Mario del Monaco no se le ha tenido en cuenta lo suficiente, cuando, si nos quedásemos solo con él y con los que le superan, el ochenta por ciento de los discos desaparecerían. Es decir, nos quedaríamos sin discos. Así de claro. Podrá haber varios tenores, unos cuantos, en su línea; pero es bastante más difícil que sea superado por la diversidad y capricho de su sonido en la voz, una eficaz e inasequible articulación vocal, una resonancia vibrante o un imponente genio. 

    Tenía una conmovedora expresión efectista de descomunal influencia. Su elegancia enfática -dicen- recordaba la de Aureliano Pertile (1885-1992), bien que su querencia a entonar más grave que la ejecución mezzo forte obtuvo sus juicios negativos. Aunque Mario del Monaco invariablemente deleitaba con sus precisos y escalofriantes conciertos. Por ejemplo, su interpretación de Otello mereció una exclusiva aprobación por su claridad, corazón y belleza de voz; así, desde su bautismo de fuego en 1940 como B. F. Pinkerton, en Madama Butterfly, de Puccini, en Milán, en el Teatro Puccini, su vertiginosa carrera lo acompañó hasta el final. 

    Internacionalmente, su espaldarazo final se lo otorga, en 1952, el Romance de Radames, el aria Celeste Aida, de Aida, la ópera de Giuseppe Verdi, un verdadero desafío, al ser un aria dura y severa, que se llega a ella apenas desprovisto el cantante de la obligatoria preparación de las cuerdas vocales que normalmente se hace con anterioridad a la entrada en el escenario. Quedan en el teclado muchos personajes y muchas óperas que trabajó. Su vida fue una incansable lucha por las grabaciones, la ópera, los escenarios y sus personajes que bordaba. Lo que le podía, quizás, faltar de sentimiento en cada uno de ellos, lo suplía fácilmente con la fuerza de su voz y sus modulaciones inimitables. Por poner algo inconfundiblemente suyo fue su actuación como Otello, un nombre que siempre le representó porque constantemente terminaba vinculado a él. Así, caracterizó a ese protagonista en 430 ocasiones.        

Mario del Monaco, el tenor
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