domingo. 28.04.2024

Arte, negocio y pobreza

El emprendimiento en el ocio audiovisual no es negocio para los pequeños y los independientes, que no pueden aspirar no ya a vivir de su talento, sino siquiera a financiarlo a pequeña escala sin pasar apuros incluso en su economía personal

Tengo unos buenos amigos que gestionan una productora audiovisual. Magda y Richard son el alma y el corazón de un proyecto empresarial con el que tratan de dar salida a su fuerza creativa, que es muchísima. Se pasan el día imaginando cosas nuevas que se lanzan a poner en marcha sin miramientos, que terminan con mucho tesón, y que siempre hacen sin un duro. He sido testigo de cómo sus trabajos son premiados porque son buenos y tienen calidad. Pero también de cómo los sacan adelante sin ayudas ni patrocinios ni subvenciones, solamente con su entusiasmo por algo que viven con absoluta intensidad y pasión. Si Magda y Richard no usaran sus propios recursos además de su esfuerzo personal, nunca podrían dar luz a sus producciones.

No parece justo que el talento y su realización estén al albur de la suerte, de la caridad o de tener amigos aquí y allá

Es habitual oír hablar del arte audiovisual como parte fundamental del negocio del entretenimiento. Atraer a la gente a los cines, a una plataforma de streaming o a la televisión convencional da dinero a los que generan los contenidos que son capaces de llegar a tales medios y engordar así sus cuentas de resultados y las de los difusores, los dueños de los cines, de las plataformas y de las televisiones. Pero sólo a gran escala, porque solamente los grandes encuentran hueco donde los también grandes difunden, en un ciclo económico nada distinto del de vender fruta en un supermercado, en el que o eres el dueño de los campos de naranjas de media Valencia y de una cadena de tiendas abiertas por toda España, o de ahí no rascas más que miseria. El emprendimiento en el ocio audiovisual no es negocio para los pequeños y los independientes, que no pueden aspirar no ya a vivir de su talento, sino siquiera a financiarlo a pequeña escala sin pasar apuros incluso en su economía personal. La pura creatividad no garantiza ningún rédito si no la respalda una financiación suficiente.

Cada vez que tienen una idea, mis amigos se pelean con medio mundo por conseguir alguna aportación económica que airee la iniciativa. Alguna vez cae algo, pero nunca lo necesario, ni de lejos, como para que sólo los aplausos a sus éxitos sean lo que les aliente. Tampoco eso les desanima, es verdad, porque les gusta lo que hacen, como les pasa a cientos y cientos de artistas que no forman parte de las élites creativas que, conciban lo que conciban, siempre se encuentran con las puertas abiertas del dinero y de la exhibición. Pero no parece justo que el talento y su realización estén al albur de la suerte, de la caridad o de tener amigos aquí y allá. La mercantilización de la cultura impone unos estándares que al final cumplen nada más que unos pocos que se lo llevan todo, y que una vez dentro, por arte de birlibirloque, se lo llevan siempre.

Al final todo es pasta, da igual el ingenio que se despliegue, e incluso a su pesar. En el mundo de la creación audiovisual escasea y está mal repartida. Las ayudas públicas, cuando las hay, no llegan a todos, las aportaciones privadas buscan otros réditos más allá de los premios en festivales, y el crédito es impensable porque el producto en el que se invierte no está entre los que se pueden hipotecar y revender hasta el infinito para recuperar préstamos. Es evidente que la aportación al ingenio cultural no está pensada para las obras de los pequeños, que acaban perdidas en ordenadores personales y cajones de escritorio. Y eso es una pena y una injusticia. Alimentar el conocimiento al margen de lo que hacen los independientes es cercar el saber e impedir su expansión fuera de estándares mercantiles normalizados que vulgarizan el mercado. Menos mal que quedan muchos Magda y Richard inasequibles al desaliento de un fracaso que no está entre sus creencias. Porque eso es lo que los hace absolutamente excepcionales como profesionales y como personas. Ojalá un día el arte, y no el negocio.

Arte, negocio y pobreza
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