viernes. 03.05.2024

Colas, paciencia e ilusión

Elucubrar que una incómoda espera al sol o al frío para comprar un décimo de lotería de doña Manolita te puede arreglar el futuro es el clavo ardiendo de los pobres

En la explicación de un paradigma, cuando se usa el modelo de los monos, los plátanos, la escalera y el agua, al preguntar a uno de los primates el porqué de las palizas entre ellos al subir a por comida, aquel responde que porque siempre ha sido así. Doña Manolita, la famosa administración de lotería, es un paradigma que se nutre también de un siempre, el de que lo de allí toca. Pero igualmente de la superstición, y de eso otro tan español como es poder fardar de que juegas en Navidad un número de allí porque cuando pasaste por Madrid te pegaste tres horas haciendo cola para poder comprarlo. Como si eso fuera un mérito que debiera llevar aparejado la envidia colectiva, incluso la seguridad casi absoluta de que a tu décimo le ha de caer un premio.

El día a día está tan jodido, en todos los sentidos, que cualquier cosa que aligere penas y distraiga un rato es bienvenida

Es un hecho que el ser humano necesita agarrarse a un clavo ardiendo cada día para poder llegar al siguiente. Y también que es más sencillo circular por el camino de las preconcepciones, que hacen la vida más fácil porque evitan tener que pensar. Hay gente que lo hace, desde luego, pero poca, y casi nunca para bien. El caso es que elucubrar que una incómoda espera al sol o al frío para comprar un décimo de lotería de doña Manolita te puede arreglar el futuro, es el clavo ardiendo de los pobres. Que después se tiran hasta el sorteo de Navidad alimentando la serpiente de verano de todo el año de que en esa administración no hay rifa sin premio. Qué tendrá que ver la estadística de que vendan billetes de todos los números, aunque sean unos pocos. O que un quinto premio no es ni parecido en la bolsa de pasta que reparte a un primero o a un segundo. La gente ha decidido que la suerte de la cola le aliente lo cotidiano. Y todo el derecho del mundo que tiene a persistir en ese sueño, desde luego que si.

Lo de doña Manolita, en cualquier caso, no es más que un ejemplo de los contextos en los que la ciudadanía se desenvuelve para sobrevivir. Suena a tópico, pero el día a día está tan jodido, en todos los sentidos, que cualquier cosa que aligere penas y distraiga un rato es bienvenida. Incluso hacer una cola de tres manzanas por alentar el sueño de un premio en la lotería de esos que condonan la hipoteca y compran coche nuevo. O de los que no dan más que para unas vacaciones en Valencia y un par de chapuzas en la cocina de casa. Si alguien que gasta una cuantas horas de su tiempo en guardar fila para comprar lotería quiere ponerlo en valor como una distinción social tiene todo el derecho del mundo a hacerlo. Que después del sorteo y las dos velas le quede, al menos, eso.

Los paradigmas, la superstición, el afán por parecer más de lo que se es, son el motor de la mediocridad creativa y de la vagancia intelectual

Los paradigmas, la superstición, el afán por parecer más de lo que se es, son el motor de la mediocridad creativa y de la vagancia intelectual. Pero la sociedad a la que empobrecen no tiene la culpa de que con ellos se construya el mundo paralelo en el que sus individuos se desquitan de la desdicha diaria. La culpa es de los poderes que los mangonean y solamente les ofrecen pan y circo en el intermedio de la explotación. De los que sacan anuncios de la Lotería de Navidad en julio, a 6 meses del sorteo, que chorrean buen rollo y felicidad por toneladas. De los que convierten en divertida noticia las colas kilométricas en doña Manolita, inasequibles al desaliento, repitiendo la misma cantinela año tras año hasta el hartazgo. De los que hacen de la ilusión ajena un horizonte que nunca llega, mientras la gente se levanta a las 6 de la mañana para trabajar sin parar hasta las 7 de la tarde. Los que mandan, para seguir mandando, necesitan que las certezas queden lejos, y que la gente se conforme. Y ahí es donde tiene su espacio el fenómeno de doña Manolita, sin luz al final del túnel pero con inmensa paciencia e ilusión.

(Por si acaso, yo también he hecho la cola, y juego la mitad de dos décimos)

Colas, paciencia e ilusión
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